Estos padres y tutores buscan retrasar el acceso de los menores a los smartphones y, para ello, han hecho un pacto voluntario que prohíbe el uso de estos dispositivos hasta que los niños lleguen a la escuela secundaria.
Los habitantes de esta ciudad irlandesa han tomado esta decisión -que implica no utilizar el teléfono en ningún momento, ni en casa ni en la escuela- en respuesta a los efectos nocivos de los terminales, que pueden alimentar la ansiedad de los más pequeños, así como fomentar la distribución de contenido dañino.
La iniciativa pretende decirle «no» a los smartphones en manos de menores de 12: no sólo en escuelas sino en todo el municipio. Con el proyecto, aspiran a reducir los niveles de ansiedad que detectan los profesionales en la niñez.
Esta idea, que está empezando a extenderse rápidamente por todo el país, aspira a reducir los niveles de ansiedad que detectan los profesionales en los escolares y a aliviar, al mismo tiempo, la presión que sienten los padres a la hora de decidir cuándo les entregan su primer móvil. La iniciativa está inspirada en ese proverbio que dice que «hace falta un pueblo para educar a un niño», explica su impulsora, Rachel Harper, directora de la escuela de primaria San Patricio de Greystones.
La educadora, junto a los otros siete directores del resto de colegios de esta localidad costera, de unos 30.000 habitantes, y de la vecina Delgany, ha logrado que la mayoría de los padres se haya acoplado a este programa voluntario, hasta crear un impulso encaminado a convertirlo en «la nueva normalidad».
«La idea es que sea la nueva normalidad para los niños en Greystones y Delgany, que si un niño de San Patricio va al club de tenis o de rugby, o a un campamento el fin de semana o a la playa, sienta que todos son iguales a otros de su edad, que nadie tenga un móvil, porque como me dicen algunos niños, ‘señorita Harper, esto es justo, somos todos iguales, no hay exclusión», señala la directora.
Menos presión para padres y niños
La presión de grupo existe, lamenta Harper, entre ellos y hacia los progenitores, y “cada vez a una edad mucho más temprana, a los nueve, diez años, ya piden un teléfono móvil”.
“Los padres no quieren que sus hijos se sientan excluidos o que sean los raros, los que se pierden algo. Creo que esto lo ven como algo justo. Les inquieta incluso plantearnos estas preocupaciones por miedo a ser vistos como demasiados protectores o como los que juzgan a los que han dado un móvil a sus hijos”, expone.
Por ello, prosigue, “están encantados” de que sea la escuela la que lidere la campaña “Takes a village…” (“Hace falta un pueblo…”), tras constatar a principios de año a través de cuestionarios que los menores presentan mayores niveles de ansiedad no solo por el impacto de la pandemia sino también por las nuevas tecnologías.
“Respecto a los smartphones, nos dimos cuenta de que si un niño ya tiene ansiedad y está preocupado puede buscar información con un solo click. Aquí tenemos 17 niños de Ucrania que les va muy bien, pero esto puede traer a las aulas la cuestión de la guerra y pueden encontrarse con material muy violento”, recuerda Harper.
Asimismo, han detectado que con “nueve, diez e incluso ocho años de edad”, los niños están ahora “mucho más preocupados por su imagen corporal” y por “cómo creen que deben lucir”, lo que sugiere que “están creciendo más rápido y que comienzan mucho antes a lidiar con cuestiones de adolescentes”.
Fuente: EFE
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