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La difícil tarea de poner límites a los hijos

Los límites no “limitan”, por el contrario “facilitan” el desarrollo de capacidades en los hijos, expone en una investigación el Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral

La educación de los hijos se ha transformado para los padres en un desafío cotidiano al tener que poner los medios adecuados para luchar contra-corriente.

Educar implica ayudar a los hijos a potenciar lo mejor que hay en cada uno, a perfeccionarse día a día para “ser y a hacerse mejores personas”. Teniendo en cuenta este concepto y considerando que cada hijo es único, irrepetible e insustituible se deberá exigir a todos lo mismo, pero de diferente manera, respetando el peculiar modo de ser de cada uno. Y no podemos hablar de educación si no hablamos de autoridad. Palabra muy desprestigiada dado la confusión que existe a la hora de ejercerla correctamente.

Algunas de las dificultades que tienen los padres para poner límites a sus hijos son:

  • Temen perder su cariño: Esta forma de entender el efecto de los límites lleva a los padres a ser muy permisivos. Se imaginan que el mensaje del hijo sería: “Si no me dejás hacer lo que quiero, no me querés lo suficiente, entonces: voy a dejar de quererte”.
  • Temen producir un daño psicológico: Traumarlos, frustrarlos, afectar su autoestima, etc. Los padres se sienten inseguros y vuelven a ser permisivos o sobreprotectores dando a sus hijos aquellas cosas que quieren, pero que no necesitan. En este aspecto, es importante considerar que las frustraciones son inevitables y que los hijos deberán poner los medios para superarlas y aprender de esa experiencia para rectificar, de ser necesario, además de desarrollar capacidades como el esfuerzo, la voluntad, la paciencia, la perseverancia, etc.
  • No saben cómo ponerlos: Aunque nadie nace sabiendo ser padre o madre, cada vez resulta más necesario informarse, preparase o simplemente apelar al sentido común: establecer horarios para utilizar las nuevas tecnologías, los celulares no se llevan a la mesa, el televisor se apaga durante las comidas, se come lo que hay o no hay postre, la mochila se hace antes de acostarse, etc.
  • En ocasiones resulta más cómodo consentir: Se evitan berrinches, pataleos, discusiones (con los hijos y entre los padres).
  • Están pendientes de qué dirán los demás de ellos.

Teniendo en cuenta estas apreciaciones la puesta de límites pueden considerarse como “limitantes” de las conductas de los hijos, sin embargo, poner límites no significa “limitar” sino “facilitar” el desarrollo de capacidades personales muy valiosas. Aunque los padres tengan las mejores intenciones, limitan a sus hijos cuando les permiten todo o prohíben todo, ya que les impiden aprender a comportarse como personas reflexivas que deberán evaluar y elegir lo que es objetivamente bueno en un futuro.

Por eso, es importante establecer objetivos educativos: no se puede exigir hoy algo que mañana (por cansancio, porque “todos lo hacen”, porque se ven superados por una situación determinada o por el estado de ánimo del momento) no se cumplirá o se mirará para un costado.

Las palabras en la puesta de límites sólo tienen sentido cuando están apoyadas en acciones que hacen posible el aprendizaje de los hijos. Sólo si son capaces de cumplir lo que prometen con una actuación que va más allá de las amenazas o advertencias insubstanciales que solo logran crear un clima tenso y opresivo, serán efectivas. Por lo tanto, hablar y actuar forma parte del equilibrio indispensable a la hora de mandar.

Cuando se ejerce la autoridad (se da una orden) siempre hay una consecuencia en la conducta de los hijos (puede o no cumplirla) que los padres deberán verificar y que dará lugar a las sanciones positivas o negativas (premios o castigos).

Cuando el hijo obedece, es importante reforzar la buena acción a través de una consecuencia positiva o premio que en modo alguno serán siempre cosas materiales, también pueden darse: halagos, abrazos, sonrisas, comentarios a otro ser querido de lo bien que ha hecho algo, etc. Si el hijo ve como bueno lo que ha realizado porque así lo han reconocido sus padres, tenderá a repetir esa acción afirmando un comportamiento adecuado que lo ayudará al desarrollo de hábitos operativos buenos (primer paso hacia el desarrollo de las virtudes humanas).

Por el contrario, cuando su conducta es incorrecta y no obedece lo que sus padres le han dicho; la sanción deberá ser negativa, pero ¡cuidado! el castigo debe servir para modificar una conducta desatinada, no para descargar rabias o enojos. Los castigos físicos o la violencia verbal sólo traen consecuencias negativas porque los hijos se sienten desprotegidos, solos, no queridos y pueden rebelarse o someterse, pero solo por temor. Por lo tanto, su conducta puede cambiar en apariencia, no por convicción.

Los castigos (igual que los premios) deben ser cortos, relacionados con la falta: si desordenó, no podrá ver su programa de TV hasta que lo haga, avisados con antelación: si no ordena sus juguetes o útiles después de jugar o estudiar, no podrá ver TV o jugar con su Ipad.

Los límites brindan protección, ya que los chicos saben que pueden y que no pueden hacer; dan seguridad, porque se sienten queridos; promueven una saludable autoestima, porque se saben valiosos y tienen confianza en sí mismos; ayudan a desarrollar el auto-control, porque son dueños de sus actos y la responsabilidad, porque se hacen cargo de sus acciones. En este punto, es esencial que los padres les transmitan que los aman incondicionalmente por lo que “son”; y que cuando se les pone un límite, se lo aplica a su conducta, a lo que él “hace” y no a lo que “es”.

Poner un límite no es decirles todo el tiempo lo que tienen que hacer sino que sepan elegir bien y asuman o prevean las consecuencias de lo que deciden. Existe un grado de frustración saludable que permite desarrollar la facultad de postergar una satisfacción. Sin ello, serán chicos incapacitados para sostener la exigencia de un estudio, de una relación de amistad o en el futuro un trabajo que demande sacrificio personal, corren entonces el riesgo de terminar abandonando ante el primer fracaso, tanto estudio, como amigos o trabajo, sin intentarlo nuevamente. De este modo se estarán formando personas “potencialmente frustradas”.

Cuando se pone límites a los hijos, éstos deben comprender el “porqué” del límite. Si desde pequeños se les van dando razones por las cuales es importante que respeten la autoridad, ya en la adolescencia podrán hacer suyos esos motivos y se adherirán con convencimiento a esa causa.

Fuente: Instituto de Ciencias para la Familia

Imagen: www.imujer.com