Estudiantes, docentes y mujeres exprivadas de su libertad reivindicaron la ley nacional de Educación Sexual Integral (ESI) y las «valiosas» herramientas que genera en el ámbito de la educación formal y no formal, aunque resaltaron la necesidad de «cuidar su implementación» y fomentaron «mayor formación docente», a 15 años de la sanción de esa norma.
«La ESI es una ley para cambiar el mundo en el buen sentido», expresó María Belén Duet, docente de Lengua y Literatura, quien hace más de 10 años enseña en escuelas de reingreso y programas socioeducativos de la Ciudad de Buenos Aires.
«Lo más importante es su valor preventivo y constructivo», aseguró la profesora y destacó la «transversalidad» de la ley al abarcar los distintos aspectos de «una vida física, intelectual y emocional».
La ley 26.150 de Educación Sexual Integral, sancionada el 4 de octubre de 2006, constituye un derecho humano de niñas, niños y adolescentes que posibilita a su vez el acceso a otros derechos fundamentales, como la salud, la información y los derechos sexuales y reproductivos.
Los obstáculos que hubo durante estos 15 años a la hora de su aplicación son numerosos. Sin embargo, la relevancia de esta ley queda evidenciada en las «valiosas herramientas» que brinda a los estudiantes.
Belén, quien es sobreviviente de abuso sexual en la infancia, afirmó al respecto que si bien la ESI no «exime del poder de un adulto sobre las infancias», sí quiebra «la lógica del silencio que implican los abusos y el poder del abusador y ese es su valor fundamental».
A su vez, destacó que la ley genera «espacios de escucha y de cobijo para quienes son sobrevivientes de estos delitos», aunque advirtió que se debe trabajar en «un respaldo a docentes que acompañan estas situaciones».
«Hay que pasar de una ley sustantiva a una ley activa», afirmó Belén y llamó a garantizar «mayor formación docente» y controlar no sólo «si se implementa» la ley, sino también «cómo se lo hace».
Amparo López, una joven de 16 años, vocera del centro de estudiantes del Instituto de Enseñanza Superior en Lenguas Vivas «Juan Ramón Fernández», aseguró que una mejor aplicación de la normativa es «uno de los reclamos principales como feminismos, como centros de estudiantes y como juventud».
La estudiante resaltó el rol «clave» de la ESI en tanto que «abre caminos en materia de derechos y reconocimientos» para avanzar hacia una sociedad «más justa e igualitaria».
En este sentido, remarcó la necesidad de que «no quede simplemente en una jornada que sucede algunas veces al año», sino que debe ser parte del día a día ya que «sin ESI en las aulas no hay pedagogía».
En esta línea, Luisana Silvero, una estudiante de 15 años de la Escuela Secundaria N° 19 de Tortuguitas, dijo que los jóvenes necesitan «un espacio donde poder explayarnos y ser oídos sin que nos juzguen».
Motivada por «la lucha por la ESI y el aborto legal, seguro y gratuito», Luisana comenzó a militar en el centro de estudiantes de su colegio, el cual desde hace cuatro años preside y desde donde promueven charlas y talleres de educación sexual con profesionales.
«Los pibes sí o sí tienen que llegar a esta herramienta y era algo que los directivos y profesores quizás no lo veían de esa forma o no contaban con las herramientas para hacerlo», comentó.
La normativa propone cinco ejes temáticos, que deben ser adaptados para cada nivel educativo. Los ejes apuntan a respetar la perspectiva de género, respetar la diversidad, valorar la afectividad, ejercer los derechos y cuidar el cuerpo y la salud.
«Le doy importancia al de la afectividad porque es un eje que irrumpe en la escuela, un espacio que en tanto ‘casa del saber’ busca una pureza de lo sensible y de lo emocional para construir conocimiento, dejando de lado una parte muy importante para el aprendizaje», relató Quimey Ramos, una profesora trans de inglés en nivel inicial y actualmente de la materia Educación y Género en el Bachillerato Popular «Mocha Celis».
Considerando la constante vulneración que aún sufre el colectivo travesti-trans, Quimey destacó el «potencial pedagógico» que tiene la permanencia de sus cuerpos en el sistema educativo, ya que «desafían este sistema de borramiento cis-heteronormativo» y construyen «otros imaginarios posibles».
En este sentido, manifestó que «la educación continúa siendo binaria» y que por más que se incluya a infancias, adolescentes y docentes trans en el sistema educativo, «hay una discontinuidad político-pedagógica», la cual se debe «seguir trabajando».
Especialmente llamó a construir materiales que «nos nombren explícitamente, que nos piensen como identidades deseadas o esperables», para que mediante la educación no se sigan «perpetuando violencias».
LA ESI EN INSTITUCIONES DE ENCIERRO
Por su parte, Indiana Reyes, una mujer exprivada de su libertad, resaltó la importancia de la ESI en las cárceles ya que «es un sector muy vulnerado y sus derechos están muy invisibilizados».
Indiana es profesora para la Enseñanza Primaria y de Comunicación Social, carrera que realizó mientras se encontraba alojada en la unidad N° 8 de Los Hornos.
Es en esta unidad, y en la N° 33 de la misma localidad, donde hace más de 10 años la organización Atrapamuros, un proyecto de extensión de la Universidad de La Plata (UNLP), realiza talleres de educación popular desde «una perspectiva de género y derechos humanos», indicó Pierina Garofalo, integrante de la organización.
Ante la «falta de educación sobre el cuidado del cuerpo», Indiana destacó la relevancia de estos espacios para aprender «sobre enfermedades, embarazos no deseados, abusos, sobre valorar nuestros cuerpos y nuestra vida y hacer valer nuestros derechos ahí adentro».
En los talleres se abordan también cuestiones referidas a los vínculos sexo-afectivos, el placer y el derecho al goce, ejes especialmente relegados en estos contextos, al persistir todavía «la idea de que si la gente está ahí es ‘porque se lo merece’ y que por eso no merecería derechos», menos aún cuando se trata de acceder a la sexualidad, reflexionó.
«La sexualidad en la cárcel, al igual que el cariño y el amor, es necesaria pero debe ser cuidada para poder tener una vida sexual plena y feliz adentro», aseguró Indiana, quien relató que fue en la cárcel, a sus 45 años, cuando aprendió a «reconocer sin prejuicios» su cuerpo.
Por último, manifestó la necesidad de que el sistema penitenciario en general «tenga una educación con perspectiva de género y ESI para no reproducir violencias».
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