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Educar en el asombro

Catherine L’Ecuyer, la investigadora de temas educativos, sostiene que un niño estimulado en exceso, “se embota, anda en un estado entre el aburrimiento y la ansiedad, es más impulsivo, sufre inatención y puede pasar a depender de una fuente de estímulos externos”

Catherine L’Ecuyer es canadiense afincada en Barcelona, investigadora en temas educativos y autora del libro “Educar en el asombro”, que se convirtió en un bestseller con 14 ediciones. Desde entonces, se dedica a investigar y dictar conferencias, y ya publicó su segunda obra, “Educar en la realidad”, sobre el uso de las nuevas tecnologías en la infancia y la adolescencia.

En 2014, la revista suiza Frontiers in Human Neuroscience, presentó sus reflexiones como una “nueva hipótesis” o “teoría de aprendizaje”. Catherine L’Ecuyer viajará a la ciudad de Santa Fe para hablar sobre sus dos libros en el VII Congreso Internacional de Educación, que se realizará del 3 al 5 de septiembre en la Facultad de Humanidades de la Universidad Católica de Santa Fe, en paralelo con las I Jornadas Internacionales de Comunicación.

Según la investigadora, el asombro es el deseo de conocer, es no dar el mundo por supuesto. Los niños se asombran al descubrir el mundo que los rodea, lo que ven: «Lo que asombra es la belleza de la realidad. El asombro es el motor del aprendizaje. Por lo tanto, es clave. Tomas de Aquino decía que hay dos formas de aprender: uno, mediante la invención y el descubrimiento; dos, con disciplina y aprendizaje. Y añadía que la invención y el descubrimiento son las formas más elevadas de aprender. El asombro no se genera, se respeta. Los niños nacen con ello, tan sólo es cuestión de no ahogarlo. Para ello, hay que respetar el ritmo de los niños, las etapas de la infancia, la sed de silencio, de misterio, de belleza».

La autora explica que existen falsas creencias en el ámbito educativo: «El más importante es el que estipula ´más y antes, mejor´. Dan Siegel, neurobiólogo y psiquiatra, dice que no hay necesidad de bombardear a los niños con una estimulación sensorial excesiva con la esperanza de construir mejores cerebros. De hecho, varios estudios asocian el exceso de estímulos con problemas de aprendizaje. Mi hipótesis es que si un niño está rodeado de estímulos que no se ajustan a sus ritmos y a su orden interior, entonces pierde ese asombro y pasa de aprender ´desde dentro hacia fuera´, a esperar que lo entretengan ´desde fuera hacia dentro´».

El niño necesita un entorno normal con una cantidad mínima de estímulos. Cuando el niño está sobreestimulado (o bien por el exceso de consumismo, el multitarea, imágenes rápidas en la pantalla o sonidos estridentes), se embota, anda en un estado entre el aburrimiento y la ansiedad, es más impulsivo, sufre inatención y puede pasar a depender de esa fuente de estímulos externos.

«La educación no es verdadera por ser revolucionaria, sino que es revolucionaria por ser verdadera. Hemos de reconectar con la realidad de nuestra naturaleza, volver a lo esencial, a la sofisticación de la sencillez, volver a sintonizar con lo que es bello, verdadero y bueno para nuestros hijos, nuestros alumnos», explica la autora y agrega: «Los criterios de productividad y de utilidad son tramposos, especialmente en la educación. Educar es buscar la perfección de la que es capaz nuestra naturaleza, esas perfecciones no responden a meros criterios de utilidad, sino que nos hacen más personas, más libres. En cambio, dejarse llevar únicamente por el criterio de utilidad nos lleva a despreciar los saberes y las artes (como por ejemplo el teatro y la música) y enfocar la educación como una acumulación de “competencias” técnicas a través de una serie de métodos, porque consideramos que ésas son útiles para el mundo laboral».

Según la investigadora, los niños triangulan entre la realidad y su figura de apego: «Rachel Carson decía que los niños se asombran en compañía de una persona que sabe asombrarse con ellos. En ese sentido, el vínculo de apego permite al educador acompañar al niño en su descubrimiento de la realidad. El cuidador se convierte en una ´base de exploración´ para el niño y también ayuda a calibrar la realidad, dando sentido a los aprendizajes. Por ese motivo, el trabajo del educador es un trabajo sagrado». Y continúa:  «Los griegos decían que la belleza es la expresión visible de la verdad y de la bondad. El trabajo del maestro es precisamente el de ayudar al niño a encontrar la belleza que se encuentra naturalmente en la verdad y en la bondad, el de hacer visible la verdad y la bondad a través de la belleza de su vida y del entorno que prepara para el niño».

«Los niños no necesitan padres que los entretengan con libros que hablan, dibujos que se han de pintar sin salirse de la raya, videos educativos que bombardean a los niños con datos que no pueden asimilar, cumpleaños con payasos, magos y juegos dirigidos. Los estudios relacionan el juego desestructurado con una mejora de las funciones ejecutivas (memoria de trabajo, planificación, etc.), las cuales tienen un papel clave en el rendimiento escolar. Por el contrario, si lo hacemos todo para el niño, o si lo colocamos delante de una pantalla para entretenerlo, se convierte en un ente pasivo y depende de ello para motivarse», explica L’Ecuyer .

Por último, la investigadora sostiene que la rutina es necesaria porque da seguridad y favorece el orden interior de los niños. «Según Montessori, el secreto de la perfección para un niño se encuentra en la repetición. Pero no cualquier repetición lleva a la perfección. De hecho la mera repetición sin sentido puede alienar al niño, llevarlo a actuar de forma mecánica y a no interiorizar lo que está haciendo. En ese caso, se actúa por coacción o inercia, podemos hablar de adiestramiento, pero no de aprendizaje verdadero. Por eso yo hablo de virtud, no de hábitos. Y hablo de ritual en vez de rutina. Para convertir la rutina en ritual y el hábito en virtud, es clave que el niño esté acompañado de un adulto que lo ayude a dar sentido a sus aprendizajes, que lo ayude a ver el horizonte de sus acciones, el ´por qué´ y el ´para qué´ actúa y aprende. Es algo natural, los niños naturalmente tienden a buscar esa figura para intermediar entre la realidad y ellos mismos, para calibrar la realidad».

Fuente: El Litoral

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