Los cuentos de Sarah Mulligan: Cuenta la historia de Luli, una mariposa muy curiosa que había empezado a ir al jardín de Infantes con los nenes y las nenas del barrio y lo pasa tan bien que no quiere que empiecen las vacaciones. Sucede que ella nunca se cansa de jugar.
Se acerca el fin de clases… ¿Cómo logrará Luli terminar esta etapa? ¿Se saldrá finalmente con la suya?
Si querés comunicarte con la autora podrás escribirle a través de su web: www.sarahmulligan.com.ar, o en sus redes:
IG: @sarahmulliganok
Facebook: Los cuentos de Sarah Mulligan
Ver sus videocuentos en Youtube: Los cuentos de Sarah Mulligan
Los cuentos de Sarah Mulligan
“¿Quién se cansa de jugar?”
por Sarah Mulligan
La mariposa Luli tenía las antenas caídas aquella tarde. La Seño había dicho que estaban por terminar las clases.
Hacía varios meses que ella y las mariposas del jardín que estaba frente a la Escuela habían empezado a cursar el Jardín de Infantes con las nenas y los nenes del barrio. Nunca se olvidaría de aquel primer día de clases cuando, con la ayuda de las mariposas chiquitas y de los Ocho Canarios Tenores, lograron que Pablito dejara de hacer pucheros, que Sofía se desprendiera de las piernas de su abuela, que Benjamín dejara de llorar y que Juani terminara de hacer berrinches a grito pelado en la entrada del colegio y se decidieran por fin a entrar.
Mamá… ¿Cómo puede ser que se “termine” el Jardín de Infantes? ¿Acaso este jardín se toma vacaciones?- soltó por fin Luli, después de haber permanecido durante horas quieta y muy seria en un rincón del jacarandá.
El jardín donde vivimos no se toma vacaciones, pero el Jardín de la Escuela sí, Luli. La gente necesita descansar.
¿Quién se cansa de jugar?- rezongó.
Vos, Luli. Cuando se te cierran los ojos del sueño… ¡es porque ya te cansaste de jugar!
¡Pero sigo, apenas me despierto! ¡No me tomo vacaciones de jugar! … Y además…- Luli no pudo evitar que se le escapara una lágrima.
¿Además qué, Luli?
Es que… ¡a Martín no lo voy a ver más!
¿Por qué, Luli?
¡Porque el año que viene se va a ir a otra escuela!
Era raro ver a Luli llorar. Si no le gustaba algo, hacía todo lo posible para cambiar la situación… pero ¿llorar? Luli jamás perdía tiempo en esas cosas.
A ver, Luli, todo tiene sus etapas.
Mamá Mariposa extendió suavemente su ala derecha sobre las alas acurrucadas de su hija.
No te imaginas lo linda que eras antes de nacer: ¡parecías un huevo de pascua! todo adornado con finas líneas… ¡Eras una obra de arte!
¿Y eso que tiene que ver con que no voy a ver más a Martín?
Que después te transformaste en una oruga con cien patitas que corrían de un lado al otro.
¿Y con eso qué?
¡Que después te convertiste en esta mariposa linda que sos, con esas alas anaranjadas con manchas amarillas, rojas y azules!
¿Adónde vamos con todo esto, mamá?
A que siempre fuiste Luli, desde el primer día como huevecito, y después como oruga y lo seguirás siendo como Mariposa. Todo tiene sus etapas, hija, pero hay algo que siempre permanecerá.
Está bien, mamá, pero estábamos hablando de Martín y de que no lo voy a ver más.
A Martín podés ir a visitarlo volando a su nueva escuela… para eso tenés esas alas tan suaves y grandes, Luli. Mientras que el jardín… te visitará a vos a través de los recuerdos. Cuando escuches a tu corazón lo vas a encontrar. ¡El amor que viviste en el Jardín de
Infantes no pasará jamás!
¿Vos querés decir que el corazón no se toma vacaciones?
Algo así. Podría ser…
Mamá Mariposa se quedó pensativa y Luli permaneció al calor de esa ala grande, en el más absoluto silencio.
Al rato Luli revoleó una antena para un lado, revoleó la otra antena para el otro lado, y de improviso… ¡salió disparada hacia arriba como un saltamontes! Se le acababa de ocurrir una idea ¡ge-nial!
¡Basta de llanto!- se dijo Luli, y se fue volando a buscar a sus amigas y a los Ocho Canarios Tenores para contarles su plan.
La mañana siguiente no fue como todas las otras mañanas. Las mariposas estaban muy enigmáticas: en vez de sentarse sobre los dedos de los nenes y de las nenas como anillos con alas, se posaron sobre el corazón de cada uno de ellos y de ellas como si fuesen escarapelas de muchos colores.
Mientras tanto, las Seños habían invitado a los nenes y a las nenas de la Escuela a pasar al patio. Había mamás, papás, abuelas, abuelos, tías, tíos, amigas y amigos… ¡toda una muchedumbre se apretujaba para mirar el acto de fin de año! Pero Luli y sus amigas seguían muy calladas, inmóviles sobre los delantales, apenas movidas por los latidos de los corazones.
Hoy es el último día de clases- dijo la Directora con tono solemne.
Se notó que en ese momento los corazones empezaron a latir más fuerte porque las alas de las mariposas chiquitas se batieron llevadas por su ritmo.
Los nenes y las nenas se miraron entre sí. Quizás aquella sería la última vez que se verían. Cayó una lágrima por una mejilla, una lágrima por otra, y si se miraba con atención, podían verse brillos de agua en casi todas las caras.
De pronto, una música deliciosa invadió el lugar.
Eran los Ocho Canarios Tenores cantando a coro con las voces bien ordenaditas desde la rama del Cerezo de la Escuela.
De repente, las mariposas que habían estado escuchando lo que pasaba en los corazones de los chicos y de las chicas se elevaron danzando y formaron un gran corazón en el cielo. Tenían las alas entrelazadas y se movían juntas como en un solo latido.
Hasta el día de hoy, las personas que presenciaron aquel extraordinario evento comentan cosas asombrosas sobre aquel día en que las mariposas terminaron el Jardín: que habían podido sentir la alegría de María cuando había aprendido a hacer autitos con plastilina, y la emoción de Rodrigo cuando la Seño lo había abrazado al lastimarse la rodilla; pudieron oler el aroma de la chocolatada que a Abril le hacía agua en la boca en cada desayuno; gozaron del entusiasmo en los ojos de Tomás cuando logró pintar la luna con brillantina plateada y también percibieron la sed de aventuras de Celeste cuando La Seño les había leído en voz alta “Los Cuentos de la Selva”.
Todos los recuerdos de aquellos momentos compartidos durante el año en el Jardín de Infantes habían sido llevados por las Mariposas hasta ese corazón inmenso que latía suavemente al compás de la canción:
Mi Jardín, mi Jardín,
mi Jardín no se termina
pues mi corazón lo guarda
y es recuerdo que germina.
Todo pasa y pasará,
como lo hace una moneda,
pero el amor compartido
en vos y en mí sí se queda.
Mi Jardín, mi Jardín,
siempre permanecerá:
cada mano extendida,
mis manos la guardarán.
Al ritmo de esta canción,
recordando lo vivido,
latiremos la emoción
y seremos siempre amigos.
Mi Jardín, mi Jardín,
late con cien mil colores.
Si veo una mariposa
¡revivo estas emociones!
Siempre estará mi Jardín
entre cuentos y canciones:
el amor no tiene fin
¡ni se toma vacaciones!
Mi Jardín, mi Jardín,
tendrá siempre su lugar
donde seguir floreciendo
¡sin cansarme de jugar!
Por Sarah Mulligan
(Autora e Ilustradora)
Comentar