Los libros «Prosas fugaces», de la poeta, traductora y editora argentina Mercedes Roffé, y «Traducir o perder pie», de la traductora y docente francesa Corinna Gepner, dos trabajos recientes que reflexionan sobre la práctica de traducción atravesada por la búsqueda y la intimidad.
«No estoy sola cuando traduzco. Traduzco a un otro, a otros, traduzco para otros. También traduzco, lo quiera o no, mi época, su historia lejana o inmediata, cierto estado de la lengua, un horizonte de lectura. Y con ello, me inscribo en mi mundo, en mi tiempo», dice Gepner en una de las páginas del libro publicado por Editorial EME.
Profesora de traducción, expresidenta de la Asociación de Traductores Literarios de Francia e integrante de un proyecto itinerante que propone intervenciones, encuentros e instancias de formación colectiva con la traducción como objeto de debate, la autora de «Traducir o perder pie» hizo de la traducción una práctica que se convirtió en centro de su vida y en diálogo con Télam, cuenta que de esa manera cambió su manera de leer.
«Como si, al adentrarme en la textura de las palabras, en la carne del texto a través de la traducción, la ‘historia’ que se narra pasara a un segundo plano. No me interesa tanto la trama, estoy más atenta a lo que hace a la singularidad de la lengua de un determinado autor o autora. Me atrapa la resonancia de las palabras, su densidad histórica, el ritmo del texto, su respiración. Así, puedo detenerme en el breve fragmento de una frase y percibir que contiene todo un universo de sensaciones, de ecos, de pensamientos. En ese sentido, habiéndome liberado -en cierto modo- de la trama, el trabajo de traducción me permitió acceder a la escritura poética, porque escapa fundamentalmente a la discursividad», explica en palabras que tradujo al castellano Eliana Kohen, también traductora del libro.
Roffé, poeta y editora que ahora vive en Nueva York y dirige el sello Ediciones Press, dedicado a publicar poesía contemporánea hispanoamericana y de otras lenguas en traducción al español, hilvana, en el libro editado por Las furias, ideas en torno a la traducción y la poesía como si resonaran juntas en esas prosas que iluminan la idea de escritura desde distintas perspectivas.
«Hay cierto momento en el proceso de una traducción que se parece al momento de la escritura. Especialmente para los que pensamos la escritura del poema como la traducción de un silencio, de un patrón rítmico, o el vislumbre de una palabra o frase aún no articulada», escribe en «Prosas fugaces».
Para la autora, «una obra de arte, de cualquier rama de las artes, para ser tal, debe imponer (o mejor dicho, suele imponer), por la complejidad propia de su naturaleza, resistencias infranqueables a la hora de querer reducirlas a una frase, a un concepto o enseñanza lineal» pero esa complejidad no la lleva a asegurar que, por ejemplo, la poesía es intraducible.
«La poesía planteará dificultades propias del género, pero no quiere decir que no sea traducible. Aun cuando el poema original presente ciertos juegos, ciertas audacias, es probable que alguien con un enorme dominio de las dos lenguas y una alta cuota de creatividad pueda dar una idea de lo que pasa en el texto, de lo que el poema dice y de lo que le hace a la lengua. Se habla, por ejemplo, de la intraducibilidad del ritmo, un elemento tan clave en la poesía», desarrolla.
En ese sentido apunta que no se le ocurriría «esperar que una traducción reprodujera el ritmo original» pero tampoco sigue leyendo «ninguna traducción que no alcance su propio ritmo. El poema en traducción tiene que ser también un poema», considera sobre la que es, para ella «la condición primera para leer poesía traducida. Y, ni que hablar, la primera condición para publicarla», argumenta vía mail desde Nueva York.
Al recuperar su experiencia, Gepner señala que «la lengua es una extraordinaria caja de resonancia. El pensamiento, las sensaciones, las emociones nunca dejan de irradiar en todos los sentidos, ampliando el campo de la percepción. También por eso algunos textos son tan difíciles de traducir: el juego de resonancias es tan intenso que nos cuesta asignarle un sentido preciso a una palabra y que la totalidad del texto depende en realidad de una constante interpretación, a la que intento añadirle una coherencia» y cita como ejemplo algunos textos de Stefan Zweig que la llevaron a «enfrentar esta dificultad».
¿Traducir es también asumir que no hay linealidad en el lenguaje? Y en ese sentido y de ser posible, ¿se establece un vínculo de consulta, un diálogo con el autor o autora a traducir durante el proceso?
«En general, no suelo contactar al autor / a la autora más que para cuestiones puntuales que no logro resolver, aun con la ayuda de mis colegas germano hablantes. En realidad, mi interlocutor es el propio texto, también y especialmente con todo lo que su autor pudo haber omitido. Por lo tanto, no estoy segura de que un mayor diálogo con el autor nos resulte fundamentalmente útil a ambos», responde la autora de «Traducir o perder pie».
¿Cómo es ese vínculo entre quien traduce y quien tiene su obra dispuesta a esa lectura a esa transformación que implicará el salto a otro idioma? Para ambas consultadas hay una dimensión de intimidad que es constitutiva e inevitable.
«Se genera una alquimia que es probablemente lo que me permite acceder a cuestiones muy íntimas del autor. Me ha ocurrido varias veces, incluso sin quererlo, porque no es algo que yo busque», dice Gepner y ejemplifica: «Al traducir una novela de un autor austríaco, que conozco bien, tuve la sensación de percibir una zona de intenso sufrimiento, y esto me remitió a un duelo aún abierto. Y en su siguiente novela, que también traduje, se trataba de la muerte prematura de su hermano, que estaba en el corazón de la historia».
Para Roffé, la traducción involucra «cierto grado de intuición y la voluntad de dedicarle tiempo, no solo para llegar a una primera versión, sino también para dejar descansar las versiones a las que se llegue a lo largo de distintas etapas, son también dos condiciones fundamentales. Especialmente, dejar descansar, revisar, volver sobre el original y sobre la versión traducida, sin apresurar un proceso tan fino y tan exigente como es la traducción de un poema».
En «Prosas fugaces» dice que le interesa que la traducción abra posibilidades de nuevas poéticas y sobre ese interés, explica que «muchas veces se ven grandes esfuerzos editoriales para traducir poetas que no le aportan nada a nuestra lengua, a nuestra tradición. No porque sean malos, sino porque se reiteran entre ellos y no presentan nada diferente a cientos de poetas en otras lenguas, incluida la nuestra».
«A veces se adoptan poetas por el contenido, más que por el hallazgo o la belleza formal. Entonces, se traducen poetas muy ligados a los temas de la identidad, o de la experiencia autobiográfica, especialmente si ha sido de algún modo traumática», reflexiona.
«Personalmente, me interesa más aportar, a través de las traducciones que hago y de las que publico en Pen Press, ciertas concepciones del hecho poético menos exploradas, en la lengua original y en español. En general, me interesan los y las poetas que no sean reemplazables por varios otros. Lo ideal se da cuando, por esta vía, llegamos también a un aporte al nivel de contenido, por ser propio o particular de una cultura o de una época. Creo que por eso me dediqué tanto a traducir poesía indígena norteamericana, desde Guatemala a la cultura inuit», concluye Roffé.
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