Por Pedro León Vivas. Magíster en Educación Superior - Universidad de Barcelona
Un ciclo lectivo se está cerrando y ya comienza a vislumbrarse el próximo en un horizonte no tan lejano. Es un período para reflexionar, revisar las prácticas, capitalizar experiencias y proponer cambios con la mirada puesta en el futuro.
En este marco, resulta oportuno plantearnos algunas aportaciones que consideramos útiles para el desarrollo de los procesos de planificación. Éstas, tienen por finalidad ofrecer algunas claves para contribuir a hacer que este tiempo sea un campo fértil para el aprendizaje.
La planificación como un proceso de reflexión
En las instituciones educativas hay una importante y significativa experiencia acumulada que está esperando ser aprovechada, sería un desperdicio no intentar capitalizarla apropiadamente introduciendo procesos reflexivos, pensando y repensando las prácticas crítica y recursivamente. Por supuesto que esto supone un cambio de perspectiva en el ejercicio de la enseñanza y la gestión, entendiéndolas como un ciclo ininterrumpido en el que se observa, analiza, cuestiona, diseña e implementa, para luego recoger evidencias. Realizar este ejercicio sistemáticamente, sin dudas redundará en la generación de nuevas comprensiones e interpretaciones que enriquecerán la planificación.
Al respecto, el tiempo, más precisamente la falta del mismo, puede conspirar contra el desarrollo de los procesos reflexivos. ¿En qué se emplea este precioso recurso no renovable en las instituciones educativas? Resulta imperioso buscar una respuesta a esta pregunta, procurando separar muy claramente el tiempo dedicado por los directivos y los equipos docentes a tareas con impacto en la calidad de la enseñanza (tareas ricas), de aquellas tareas poco significativas y de bajo impacto (tareas pobres). Lamentablemente, en muchos casos, éstas últimas superan en tiempo y número a las primeras.
La planificación como una herramienta de intervención
La planificación está llamada a intervenir y modificar la realidad, no debe agotarse en una tímida declaración de buenas intenciones escritas en un ampuloso documento, debe impulsar a una acción transformadora concreta con un norte muy claro: mejorar la calidad de la enseñanza. Para ello, es necesario evitar la burocratización de esta práctica y caer en la trampa de repetirla de manera rutinaria, año tras año. Si esto ocurre, se estará desperdiciando una inmejorable oportunidad para crecer.
Este es un período para el cuestionamiento, la exploración y la búsqueda de nuevos enfoques. Es un tiempo para abrir las puertas a la innovación y la experimentación, aceptando que toda innovación conlleva intrínsecamente incertidumbre, reacomodamiento y, por supuesto, posibles errores. Por ello, la planificación debe ser flexible. Porque pretender que las instituciones educativas introduzcan cambios en sus modos de hacer sin aceptar una cierta desorganización, es una contradicción. Sin embargo, hay una tendencia natural a conservar el status quo y rechazar todo aquello que lo cuestione o lo modifique, aquí es cuando comienzan a operar las rutinas defensivas y el síndrome de la “fagocitosis del innovador”1 se manifiesta con todo su poder para congelar el cambio.
La planificación como un proceso inclusivo
Por último, pero no menos importante, cabe señalar que el éxito de todo lo que hemos señalado requiere involucramiento. Poco podrá esperarse si los líderes no participan directamente y junto a ellos todo el equipo docente en un proceso abierto, inclusivo y transversal, donde sean escuchadas todas las voces. Cuantas más perspectivas intervengan, tanto más rico y fecundo resultará el proceso de planificación. Lo dicho, no ocurre de manera espontánea ni como “por arte de magia”, requiere estar sustentado y ser acompañado por una estructura organizativa y una cultura de la colaboración.
Este proceso de participación, diálogo y discusión irá, poco a poco, construyendo los consensos internos acerca del rumbo a seguir y de los cambios que son necesarios introducir. Es un proceso lento y trabajoso, muy cierto, pero necesario si se quiere generar acuerdos y visiones compartidas de lo que se pretende emprender.
Una oportunidad para aprender
Tiempos para la reflexión, espacios para la participación y apertura a la innovación, son sólo algunas de las claves de la planificación en las instituciones educativas que se encuentran comprometidas con la mejora de sus prácticas. Abordadas adecuadamente, éstas permitirán descubrir nuevos horizontes y nuevos desafíos, horizontes y desafíos que no podrían haber sido vislumbrados anticipadamente desde un principio. De esta manera, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que toda oportunidad para planificar es una inmejorable oportunidad para aprender.
Referencias: 1 Santos Guerra, M. A. (2000). La escuela que aprende. Madrid: Morata.
Lee este artículo en la edición N°18 de Aptus Propuestas Educativas: www.aptus.com.ar/revista/
Imagen: sxc.hu
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