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Una cuestión de tiempo: cuando las pantallas marcan el ritmo de la infancia

La fonoaudióloga Fernanda Felice invita a reflexionar acerca de la importancia de respetar el tiempo de ser niños, donde el juego y el lenguaje cumplen roles fundamentales para el crecimiento

“Crecer y aprender son arduas tareas que requieren de tiempo”, así comienza la introducción del libro de la Licenciada en Fonoaudiología Fernanda Felice titulado “El tiempo de ser niñas y niños”, que invita al lector a reflexionar acerca de las infancias, insistiendo en que los aprendizajes requieren de lógicas diferentes a las que impone el mercado, y que el juego y la palabra son fundantes e imprescindibles en esta etapa de la vida.

Felice, quien además es docente en la Universidad Nacional de Rosario, explica que actualmente estamos atravesando un momento histórico muy vinculado a los designios que impone el mercado y los niños no quedan ajenos a esas imposiciones: “Todo aquello que tiene que ver con la niñez, como el jugar, está menospreciado porque el tiempo libre, de ocio, recreativo, parecen ser una pérdida de tiempo. Los niños tienen que cumplir con tareas, con actividades, justamente para ir preparándose para lo que será el mercado laboral”.

Por el contrario, la fonoaudióloga sostiene que el tiempo de ser niños es un tiempo vinculado al juego, al lenguaje, a compartir con otros.  “Es ese tiempo donde no todo está previsto, donde no siempre se nos dice qué hay que hacer. Eso es lo que permite que haya posibilidad de crear otras ideas, de pensar otras cuestiones posibles y que no sean siempre imposiciones a las cuales hay que responder”.

Rendimiento y productividad

La especialista plantea que habitualmente se habla más del rendimiento escolar que de los verdaderos aprendizajes que acontecen en la escuela: “Si bien el sistema educativo históricamente ha evaluado y calificado en relación a los procesos que van transitando los niños, hoy con mucha más fuerza se impone la idea de la productividad y rendimiento, en la escuela y por fuera de ella”.

Niños con agendas apretadas es la consecuencia de esta lógica que impone cumplir con una serie de actividades, porque se considera que eso los va a preparar para el futuro y para que sean personas exitosas: “Ahí es justamente donde se desdibuja la subjetividad y la singularidad del niño o de la niña. No puede descubrir aquello que le gusta, que desea hacer, cuáles son sus verdaderos talentos, qué disfruta. Al mercado no le interesa mucho el deseo y las ilusiones de los niños pero a nosotros deberían importarnos”.

“La vida los puede conducir por otros caminos y el éxito es bastante relativo, por eso uno debería ocuparse de que los chicos conquisten realmente su destino y que transiten el camino que eligieron”, agrega Felice.

Rotular la singularidad

Otro fenómeno que analiza la fonoaudióloga tiene que ver con una tendencia actual a diagnosticar a los niños. La causa, sostiene, tiene que ver por un lado al deber de responder a los intereses del mercado, “es necesario rotular y poner un nombre a la singularidad, a quien se sale de la norma, a quien marca una diferencia”. Por otro lado, la nueva era digital donde todos accedemos a gran cantidad de datos contribuye a agravar la situación: “Ahora cualquier persona que no se dedique a la educación o a la salud puede acceder a esta información y eso crea la ilusión de que todos sabemos acerca de estos nuevos cuadros médicos”, declara Felice.

Y ejemplifica: “Me ha tocado recibir en el consultorio familias que ya tenían un diagnóstico impreso por internet sobre sus hijos; docentes que piden que uno especifique los diagnósticos de los alumnos y situaciones de cotidianidad donde uno escucha que una persona dice que tal niño tiene TEA o TGD. Se habla con liviandad de algo que no es más ni menos que un trastorno mental, por eso deberíamos ser más cautelosos”.

Según explica la docente universitaria, el otro riesgo que se vincula a esta situación es que, desde esta mirada, todas las causas se encuentran en la biología, en el cerebro o la genética de los niños y las niñas, “lo que automáticamente hace que nos desimpliquemos porque el problema es específicamente del chico y parece que los grandes no tenemos nada que hacer”.

Las pantallas marcan el ritmo de la infancia

“Tanto para criar como para educar se necesita tiempo”, dice la autora del libro refiriendo a la charla que dio Alejandro De Barbieri en TEDxRosario y continúa explicando que “como las familias están desbordadas de trabajo, aparecen en escena las pantallas que ocupan gran parte de la vida de los niños y de este modo se pierde todo el tiempo de charlar, de jugar, y esas instancias son las que les permiten a los niños ir logrando la tolerancia a la frustración”.

Las pantallas modifican los ritmos, los vínculos humanos. En cambio, los juegos reglados, entre pares, son los que les enseñan a los niños a ponerse en el lugar del otro, a aceptar que existen muchos puntos de vista, a incorporar normas, a esperar turnos, lo mismo sucede en la conversación cara a cara. “De este modo los niños van atravesando esas pequeñas frustraciones, de una manera no dolorosa, porque perder en un juego no está asociado al fracaso, por más que pierda”, cuenta Felice.

Según la autora, los chicos no cuentan con espacios para desarrollar este tipo de actividades que son propias de la infancia. “Después nos sorprendemos cuando hay niños que hacen berrinches y son intolerantes. Todos los niños cuando son pequeños se rigen por el principio de placer, somos los grandes los que tenemos que ayudarles a que puedan regirse por el principio de realidad y que aprendan que en la vida no es todo como uno quiere y en la manera en que uno le gustaría”.

Otras formas de comunicarse

La fonoaudióloga cuenta que actualmente aparecen en escena algunas consultas que están vinculadas con niños y niñas que han estado demasiado prendidos a la pantalla, que no han logrado apropiarse de su lengua materna, que hablan una lengua neutra, que tienen dificultades para comunicarse con sus pares o establecer vínculos con otras personas. “También se observa cada vez más adolescentes o niños más grandes que tienen un lenguaje empobrecido porque no han podido transitar instancias de comunicación con otros que les permitan desplegar estrategias discursivas que solo pueden darse en el diálogo. Las pantallas median la interacción muy diferente a lo que sucede en el cara a cara  con otro”.

La especialista da un ejemplo concreto: “En los audios de WhatsApp a veces uno tiene la ilusión de que uno se está comunicando como en una llamada telefónica y no es así. Uno puede prever, ensayar, borrar el mensaje hasta que salga de la manera en lo que uno deseó.  En cambio, cuando uno conversa con alguien no tiene esa oportunidad, a lo sumo puedo tratar de enmendar lo que dijo, de ser más claro si el otro no comprende. Lo que sucede es que los adolescentes no tienen tantas oportunidades de dialogar cara a cara con muchas personas y en distintos contextos. Elegir el tono de voz, la postura, las palabras, los gestos, te posiciona en otro lugar de interlocutor, distinto al celular”.

“En esta época de conexión permanente a las pantallas, la imagen prevalece por sobre la palabra. Y a pesar de ese viejo y conocido refrán que asegura que ´una imagen puede más que mil palabras´, el lenguaje sigue siendo imprescindible”, una frase de la introducción de su libro que invita a reflexionar.

Imagen: fabricajuguetes.com