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Un colectivo que construye lazos entre el adentro y el afuera

El Centro de Formación y Capacitación “La Bemba del Sur”, es un espacio de educación no formal que brinda talleres culturales a personas en contexto de encierro, abriendo puertas para que puedan expresarse y generar un tipo de lazo diferenciado a lo que el servicio penitenciario propone

La “Bemba” es una expresión que proviene de Cuba que designa popularmente los labios gruesos y prominentes; por extensión, significa rumor o versión. Antes de que triunfara la Revolución Cubana, se llamaba “radio-bembas” a las noticias que circulaban de boca en boca entre la población. En la cárcel, la bemba son los retazos de discursos, desarmados y fragmentarios, que circulan “ilegalmente” de celda en celda, de pabellón en pabellón y que son comentados, reelaborados y transformados en los patios de recreos.

“La Bemba del Sur”, el Centro de Formación y Capacitación,  ubicado en la Unidad Penitenciaria Nº 3 de la ciudad de Rosario, es el espacio que rescata esos discursos, relatos intersticiales que circulan entre las rejas y los resignifican. Expresarse en un contexto de encierro que los nombra y los define, que les pone etiquetas y les surca su futuro, como un hierro caliente que les imprime su destino en la frente, solo es posible si se habilitan espacios como los que propone el colectivo.

Actualmente, en la Unidad 3 funcionan 11 talleres de varias disciplinas: comunicación, arte, periodismo, filosofía, informática, música, títeres, teatro, radio, mosaiquismo y cerámica. La mayoría de los que dictan los talleres son profesionales de la Universidad Nacional de Rosario, de carreras como Comunicación Social, Filosofía, Antropología, Bellas Artes, entre otras.

Cuando comenzaron a funcionar los talleres, el colectivo aún no existía, por lo menos no formalmente. Eran varios jóvenes, que por diferentes motivos, fueron llegando a la institución carcelaria, con propuestas y ganas de construir algo en medio de tanta imposibilidad.

Mauricio Manchado, doctor en ciencias de la comunicación y becario del CONICET, tuvo su primer contacto con la cárcel en 2006,  en el marco de la tesis de grado de Comunicación Social y luego en 2008 por la Residencia del profesorado, en el cual, por medio de un taller de comunicación, creó una revista autogestiva “Conexiones” que hoy en día sigue funcionando y que producen los mismos presos.  María Chiponi, también Lic. en Comunicación Social, se acercó a la Unidad 3 en el 2011 en el marco de un proyecto de extensión de la Universidad y quedó involucrada desde entonces. Ambos participan como talleristas y gestores culturales de ese gran colectivo que crece gracias a la voluntad y militancia de jóvenes profesionales que brindan su tiempo y conocimiento para crear espacios no formales de aprendizaje  y socialización.

“Más que centros de formación, somos un centro de expresión y un espacio de autorreflexión de las subjetividades de los que transitan estos lugares. El eje central nuestro es poder generar un espacio donde los propios detenidos puedan interpelar a la institución carcelaria, no en términos de enfrentamiento, sino interpelar los significados, las funciones simbólicas que se generan sobre la cárcel y sobre ellos”, cuenta Manchado y explica que actualmente se  inscribe esta idea de que el preso es un delincuente y va a seguir siendo eso siempre, que no hay forma de escapar de eso. “La cárcel termina por reforzar esa construcción, entonces el pibe que sale sabe que no tiene más alternativa que volver a ser lo mismo que antes. Se forma un círculo vicioso donde nos vemos las caras siempre los mismos. Entonces tratamos de construir una autopercepción distinta de esos chicos que a veces cargan con esos estereotipos que construye la cárcel”.

Chiponi cuenta que el colectivo lo empezaron a configurar el año pasado producto de tres necesidades: “El objetivo es que los talleristas, – que para el servicio penitenciario somos los “agentes externos”-, empecemos a pensarnos colectivamente, que tengamos presencia institucional, más organizada, más fuerte, para realizar actividades y como espacio para pensar la práctica, cómo estamos trabajando, de qué manera nos articulamos, hacer nos preguntas”.

En la Unidad 3, hay actualmente 272 presos, la mayoría tiene entre 20 y 25 años. Son personas que están detenidas con condenas no mayores a 5 años o que están transitando la última fase de la condena.

Hoy en día concurren entre 50 y 60 personas a los talleres. La mayoría de ellos son parte del pabellón B, el de ingreso, que es donde se aloja la mayor violencia. Allí residen los que recién ingresan con la particularidad de que conviven todos juntos, no hay celdas individuales. Para los talleristas, no es casual que la mayoría de los que asisten provengan de ese pabellón: “De repente, comienzan a generarse espacios colectivos y de socialización.  Esto tiene que ver con las herramientas de las que se están apropiando en los talleres.  Si algo pretendemos desde los talleres es crear espacios de confianza, generar lazos, autopercepción, trabajo con el otro, todos registros que la cárcel hace desaparecer porque lo que prioriza el individualismo, un escenario de indiferencia”, cuenta Chiponi y da un ejemplo: “Cuando el año pasado hicimos un rodaje de un cortometraje en el marco del taller de Comunicación que se llama ´El Fabricante de Mujeres´, nos encontramos con relatos de los muchachos de nos decían que adentro del pabellón ensayaban las escenas. Entonces hay algo del espacio del taller que se traslada al espacio del pabellón y que durante la semana sigue operando, sigue trabajando. Cuando vos empezás a escuchar que algo va quedando, que va generando otras instancias, es esperanzador”.

Una alternativa laboral

Además, Manchado cuenta que uno de los grandes proyectos que tiene el Centro es tratar de encontrar continuidades entre el adentro y el afuera. “Lo estamos articulando a partir de una experiencia muy significativa que es la participación en la feria cultural de Bv. Oroño. Por primera vez, luego de varias gestiones, conseguimos que la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Rosario nos dé la oportunidad de participar como feriantes, una o dos veces al mes, y junto al Patronato de Liberados (Dirección de Asistencia Post Penitenciaria de la Provincia) poder pagarles a dos personas,  que estuvieron privadas de su libertad y participaron de los talleres en años anteriores, por atender el puesto”.

El colectivo comenzó con la iniciativa en la Unidad 3 pero se extendió a las otras instituciones carcelarias del sur de la provincia: Unidad 11 de Piñero y Unidad 5 de Rosario (de mujeres).  La idea del proyecto es comercializar los bienes culturales que se producen en el marco de los talleres en las tres cárceles del sur provincial (madera, cuero, macramé, mosaiquismo). Lo que se vende va un porcentaje a los productores, los que están detenidos, y otro para los que venden.

Chiponi cuenta que lo que tratan con este proyecto es resignificar la propia noción de trabajo porque pareciera que el trabajo digno para una persona que estuvo presa tiene que ser algo relacionado al esfuerzo físico: albañil, puerto, verdulero: “Dentro de esta lógica es un desafío para nosotros pensar en brindarles otras posibilidades laborales como la venta de bienes culturales”.

Además de la cuestión económica y laboral, que es muy importante, sostiene Manchado,  estos espacios, en particular el de la feria, sirven para habilitar a los sujetos, construir otros vínculos, habitar otros ámbitos que no son los mismos que transitaban antes de estar presos. “Muchos de ellos cuando salen vuelven a transitar los mismos espacios que los llevaron al encierro. Esto permite cambiar esa lógica”.

Imagen: www.facebook.com/labembadelsur