En un mundo donde los dispositivos digitales compiten por la mirada constante, la infancia se forma entre estímulos vertiginosos, scrolls infinitos y notificaciones que no dan tregua. Mientras tanto, docentes y familias intentan enseñar —y aprender— cómo educar sin perder de vista lo esencial: el vínculo humano.
📱 Pantallas encendidas desde la cuna
Según la Organización Mundial de la Salud, los niños menores de cinco años no deberían pasar más de una hora diaria frente a una pantalla. Pero la realidad suele ser otra: los dispositivos están presentes desde los primeros meses de vida, a veces como compañía, otras como “niñera digital”, y muchas veces como parte natural del entorno.
“Ya no se trata de si la tecnología está o no en el aula. Está. Lo urgente es pensar cómo se usa, con qué criterios y qué habilidades desarrollamos en paralelo”, sostiene Laura Pautasso, docente de nivel inicial y especialista en alfabetización digital. “Vemos chicos que manejan una tablet antes de atarse los cordones, pero a veces no pueden sostener una conversación o regular sus emociones”, agrega.
🎓 Educación entre lo táctil y lo tangible
En las escuelas, sobre todo en nivel inicial y primario, el desafío es doble: integrar la tecnología como herramienta pedagógica sin reemplazar el juego, el cuerpo y la interacción cara a cara. Para eso, muchas instituciones están explorando estrategias que mezclan lo digital con lo analógico.
Programas como “Aula sin Muros” o “Conectados con sentido”, que funcionan en provincias como Santa Fe, buscan formar a los docentes en el uso crítico de herramientas digitales, promover prácticas que respeten los tiempos del desarrollo infantil y enseñar habilidades como la atención plena, la empatía y el pensamiento crítico.
“Un video no reemplaza una conversación. Un juego interactivo no reemplaza una ronda con canciones. Todo puede convivir, pero hay que saber dosificar”, afirma la psicopedagoga Mónica Beltrame, especializada en neurodesarrollo infantil.
🧠 ¿Qué está en juego?
La atención sostenida, la capacidad de espera, la tolerancia a la frustración y la comunicación no verbal son algunas de las habilidades que se ven más comprometidas con el uso excesivo o mal regulado de pantallas. Estudios recientes indican que la exposición prolongada en edades tempranas puede alterar el desarrollo del lenguaje, la motricidad fina y hasta la calidad del sueño.
Pero no se trata de demonizar la tecnología. El problema no es el dispositivo, sino el uso que hacemos de él. En palabras de Beltrame:
“El problema no es que los chicos usen pantallas, sino que las pantallas los usen a ellos”.
👨👩👧👦 Familias: entre la culpa y la desconexión
En casa, muchas familias se sienten atrapadas en una paradoja: saben que las pantallas no siempre son lo mejor, pero las necesitan para resolver la vida cotidiana. “A veces estamos tan cansados que damos el celular para poder cocinar, contestar un mail o tener cinco minutos de silencio”, cuenta Eugenia, mamá de dos chicos de 4 y 7 años. “Después viene la culpa. Pero también la conciencia de que necesitamos herramientas nuevas”.
Ahí entra la corresponsabilidad del sistema: educar en la era digital es tarea compartida. Hace falta acompañamiento institucional, políticas públicas que promuevan el buen uso de la tecnología, y también espacios de formación para madres, padres y cuidadores.
🔄 ¿Qué podemos hacer?
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Establecer rutinas claras y espacios sin pantallas (como durante las comidas o antes de dormir).
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Incluir momentos de juego libre, lectura y movimiento físico todos los días.
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Hablar con los chicos sobre lo que ven y hacen en el mundo digital, para fortalecer el pensamiento crítico desde edades tempranas.
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Dar el ejemplo. El uso adulto de la tecnología también educa (o deseduca).
🌱 Una oportunidad (si se sabe mirar)
En lugar de pensar en la tecnología como una amenaza, podemos verla como una herramienta más: poderosa, sí, pero no omnipotente. En un aula, una plaza o una cocina, lo esencial sigue siendo el vínculo.
Y ahí, todavía, el corazón le gana al algoritmo.