“Antes de aprender a leer, aprendemos a confiar” Y esa confianza, tan fundamental como invisible, se construye en el jardín de infantes. En esas primeras horas fuera del hogar, cuando una seño recibe con una sonrisa a niños y niñas que no siempre tienen a quién confiarles lo que sienten.
Un rol clave, históricamente subestimado
La educación inicial —que abarca a niños y niñas de 45 días a 5 años— es reconocida internacionalmente como una etapa crucial para el desarrollo cognitivo, emocional y social. Diversos estudios de organismos como UNICEF y la UNESCO confirman que invertir en esta etapa mejora el rendimiento académico futuro, reduce las desigualdades y fortalece los vínculos familiares.
Pero en la práctica, la inversión real no acompaña esa retórica. Las docentes de nivel inicial —en su abrumadora mayoría mujeres— enfrentan múltiples desafíos: condiciones laborales precarias, infraestructura deficiente, sueldos que no alcanzan, y una carga emocional inmensa.
“Educar en la primera infancia es preparar el terreno donde todo lo demás va a crecer.”
Invisibles pero imprescindibles
Una docente de nivel inicial no solo enseña: contiene, detecta, escucha, abraza, previene, guía. Muchas veces, es el primer vínculo estable fuera del entorno familiar. Pero ese rol emocional, tan exigente como valioso, rara vez es reconocido como trabajo.
¿Y las políticas públicas?
Si bien los planes educativos suelen mencionar la importancia de la primera infancia, los presupuestos asignados a nivel inicial siguen siendo bajos. Las brechas entre provincias son alarmantes: mientras algunas jurisdicciones apenas cubren la demanda mínima, otras tienen jardines sin habilitación formal, listas de espera interminables y falta crónica de personal.
Las capacitaciones específicas, el acompañamiento pedagógico y la mirada de género sobre el rol docente están ausentes en la mayoría de los programas.
“La niñez es prioridad… hasta que hay que asignar presupuesto.”
Cuidar el cuidado
La pregunta es urgente: ¿quién cuida a quienes cuidan?
Porque cuidar no es un acto instintivo ni una tarea menor: es trabajo. Y como todo trabajo, requiere condiciones dignas, reconocimiento, derechos y políticas que lo sostengan.
“Invertir en educación inicial no es un gasto: es la garantía de una sociedad más justa desde la raíz.”
Confiar
Cada mañana, en cientos de jardines del país, hay una docente que recibe a un niño o niña con los brazos abiertos. Que enseña a compartir, a hablar con palabras, a reconocer las emociones, a esperar el turno. Que enseña, en definitiva, a vivir en comunidad.
Ese trabajo fundacional no puede seguir siendo invisibilizado. Porque si antes de aprender a leer aprendemos a confiar, es momento de que también aprendamos a cuidar a quienes hacen posible ese primer acto de confianza.