En la Argentina actual, casi ningún hogar con niños o adolescentes escapa a la presencia de pantallas. Celulares, tablets, televisores y computadoras acompañan sus rutinas desde edades cada vez más tempranas. Según diversos relevamientos recientes, el 95 % de los menores de entre 9 y 17 años se conecta a diario desde un teléfono con internet, y muchos lo hacen sin supervisión adulta.
Una encuesta en el Área Metropolitana de Buenos Aires reveló que la televisión sigue siendo el dispositivo más utilizado entre los menores de seis años, aunque el uso de pantallas táctiles crece desde el primer año de vida. Al llegar a la escuela primaria, la mayoría de los chicos ya domina varios dispositivos y accede a contenidos de entretenimiento, comunicación y aprendizaje.
El 31 % de los estudiantes argentinos cree que el teléfono celular afecta su rendimiento en clase, según un informe de la Defensoría del Pueblo bonaerense. Además, un 27 % reconoce usarlo para enviar mensajes, un 17 % para redes sociales y un 10 % para videojuegos, incluso durante el horario escolar.
Entre el aprendizaje y la distracción
Las pantallas ofrecen beneficios reales cuando se usan con criterio. Favorecen el acceso a contenidos educativos, fortalecen la alfabetización digital y pueden ampliar horizontes culturales. Aplicaciones interactivas, plataformas de aprendizaje y videos didácticos permiten personalizar la enseñanza y desarrollar competencias tecnológicas claves para el futuro.
Sin embargo, los expertos advierten que el exceso de exposición tiene efectos colaterales. Investigaciones recientes señalan que los chicos que pasan más de cuatro horas diarias frente a una pantalla presentan mayor riesgo de ansiedad, problemas de sueño y dificultades de atención. También se observa menor actividad física y una tendencia al aislamiento social.
La Sociedad Argentina de Pediatría recomienda evitar las pantallas antes de los dos años y limitar su uso a una hora diaria supervisada entre los 2 y 5 años. En edades escolares, la clave es equilibrar el tiempo digital con actividades físicas, lectura y juego al aire libre.
Riesgos que crecen
Los especialistas destacan cuatro grandes riesgos asociados al uso intensivo de pantallas en menores:
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Distracción y bajo rendimiento escolar, por la fragmentación de la atención y la multitarea constante.
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Problemas visuales y posturales, debido a la exposición prolongada y al sedentarismo.
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Afectación del bienestar emocional, con aumento de la irritabilidad, la ansiedad y la dependencia digital.
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Exposición a contenidos inapropiados, publicidad dirigida o interacciones sin control en redes sociales y videojuegos.
 
El rol de las familias y las escuelas
Educar en un entorno digital exige una mirada conjunta. Las familias cumplen un papel clave al supervisar contenidos, establecer horarios y acompañar el uso responsable, pero también al dar el ejemplo. “No se trata de prohibir, sino de enseñar a usar con criterio”, coinciden psicopedagogos y pediatras.
En el ámbito escolar, cada vez más instituciones definen políticas de uso de celulares para ordenar su presencia en el aula. El desafío está en integrar la tecnología de forma pedagógica, sin que desplace la atención ni la interacción presencial.
Un equilibrio necesario
La tecnología ya no es opcional, pero sí lo es la forma en que se usa. Las pantallas pueden ser una herramienta educativa valiosa o una fuente de distracción y malestar, según el tiempo y el propósito que se les dé.
Acompañar a los chicos en su vínculo con lo digital implica enseñarles a mirar, elegir y desconectarse a tiempo. Porque en tiempos hiperconectados, educar también es ayudar a encontrar el equilibrio.


          
         
        



		                
		                
		                
		                