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Más allá del aula: el valor formativo de los campamentos escolares

Los campamentos escolares no son solo experiencias memorables: son también espacios educativos con un altísimo valor formativo, donde se trabajan habilidades que difícilmente se enseñan en el aula

En los últimos años, distintas escuelas y colegios han incorporado los campamentos como una actividad extracurricular regular dentro de su calendario. Y no es casualidad. En un mundo donde los chicos crecen cada vez más conectados a pantallas y menos expuestos a la naturaleza, estas experiencias al aire libre promueven la autonomía, el trabajo en equipo y la empatía.

Aprender haciendo (y compartiendo)

Un campamento escolar es, en esencia, una vivencia de educación experiencial. Las consignas no se copian del pizarrón, sino que se viven: armar una carpa bajo la lluvia, organizar la comida en grupo, caminar por senderos desconocidos, compartir responsabilidades. Todo eso exige tomar decisiones, resolver problemas reales y convivir con otros —con sus tiempos, sus manías y sus límites— fuera del contexto habitual.

Es también una gran oportunidad para que los chicos salgan de su zona de confort, ensayen la independencia y experimenten que el aprendizaje no siempre tiene forma de contenido académico: muchas veces es una cuestión de vínculos, de actitudes, de escucha.

Educación emocional en terreno

Además de los beneficios físicos y cognitivos, los campamentos aportan a la formación emocional y social. Para muchos estudiantes, es la primera vez que pasan una noche lejos de casa, que comparten intensamente con compañeros con los que quizás no tienen tanta relación o que deben expresar sus emociones sin el filtro de una pantalla.

En ese sentido, el campamento se convierte en una especie de “escuela paralela”, donde se ejercita la resiliencia, la tolerancia a la frustración, el liderazgo colaborativo y, sobre todo, el respeto mutuo. No hay calificaciones ni exámenes, pero sí hay aprendizajes profundos, de esos que permanecen.

¿Actividad recreativa o proyecto pedagógico?

El valor de un campamento no está solo en la actividad en sí, sino en cómo se lo planifica, se lo acompaña y se lo integra a la propuesta educativa institucional. Un campamento bien diseñado puede funcionar como cierre de proyectos curriculares, como disparador de trabajos posteriores o como una instancia de evaluación vivencial.

Cada vez más docentes y directivos entienden que estas experiencias no son un recreo del aprendizaje, sino una forma distinta —y altamente efectiva— de educar.


Salir al campo, convivir, aprender de lo cotidiano y descubrir el mundo sin paredes ni timbres: ese es el espíritu de los campamentos escolares. Un aula sin techos, donde lo que se enseña no siempre se mide, pero sí se transforma.