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La sumatoria de pequeñas acciones es la que genera los grandes cambios

Alejandra Suárez, bioquímica rosarina, integra la OPAQ, relata su experiencia y reflexiona acerca de la importancia de la educación y la responsabilidad social para el logro de la paz en el mundo

Por Mercedes Pombo - Lic. en Comunicación Social

Alejandra Suárez, bioquímica e investigadora del Conicet, docente de la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), es la actual presidenta del Consejo Consultivo Científico de la OPAQ, organización para la Prohibición de Armas Químicas, ganadora del Premio Nobel de la paz en el año 2013. Asumió su tarea en 2009 y fue elegida por otro período más, por lo que seguirá en su cargo hasta 2016.

La OPAQ, con sede en la Haya, e integrada por expertos de todo el mundo, muchos de ellos profesionales de la química y diplomáticos, se propone como misión principal hacer cumplir la Convención sobre Armas Químicas (un tratado internacional conocido como OPCW por sus siglas en inglés) que busca la destrucción de estos arsenales que constituyen una amenaza, en muchos casos letal para la vida humana.

La convención sobre las armas químicas prohíbe la utilización, la fabricación, el almacenamiento y el transporte de las sustancias de armas químicas. Los países que la firman, no solamente se adhieren a no utilizarlas, sino que deben declarar si las tienen, y en caso de ser así, se comprometen a destruirlas en un plazo de tiempo determinado.

La investigadora explica qué se entiende por armas químicas, a diferencia de las armas nucleares o explosivas.

“Al hablar de armas químicas, nos referimos a aquellas sustancias químicas tóxicas que se utilizan para matar, herir o incapacitar al enemigo. Son diferentes de los explosivos o de las armas nucleares, las cuales se utilizan mediante una acción explosiva. En este caso, la mayoría de las sustancias producen diversos daños, como úlceras en la piel, o irritación en las vías respiratorias. De este modo, se dificulta mucho la respiración y las personas pueden morir de asfixia, o quedar incapacitadas de por vida.

Sobre las sustancias químicas, recalca la importancia de un minucioso control de la utilización de las mismas en la vida cotidiana.

En la convención existen tres listas de sustancias que tienen que estar controladas: Las que son armas químicas corresponden a la lista 1, los precursores más directos corresponden a la lista 2, y los precursores más indirectos a la lista 3. Podemos mencionar como las más importantes, por ejemplo, el gas sarín y el cloro.

Las sustancias de la lista 2 y 3, se utilizan en la industria para fabricar cosas que son muy útiles en nuestra vida diaria. Entonces, la idea no es prohibir que se usen, sino que su utilización esté perfectamente regulada. Por ejemplo, si un país fabrica 1000 toneladas de un compuesto que está en la lista 2 y lo exporta a distintos países, hay que controlar la cantidad exportada, de manera que nada se pierda en el camino, provocando un uso no beneficioso para la humanidad.
Para ello, la organización cuenta con un grupo de inspectores que prestan asesoramiento y verifican que los países adheridos cumplan con lo establecido en la convención, y que sus declaraciones sean verdaderas”.

El trabajo tan perseverante como silencioso que la OPAQ realiza hace más de 20 años, logró una mayor visibilidad, a partir de lo sucedido en Siria el 21 de agosto del año pasado, cuando unos 1.500 civiles, entre ellos 300 niños, murieron allí como consecuencia de un ataque contra la población que habría sido llevado a cabo con gas sarín, por un grupo leal al dictador Al Assad, a cargo del gobierno. Las imágenes de la masacre recorrieron el mundo. Miembros de la entidad consiguieron que Siria se sume a la lista de 189 países que ya adhirieron a la convención, aproximadamente el 98 por ciento de la población mundial, entre ellos Argentina y Sudamérica.

Como impulso ante este importante logro, el 10 de diciembre de 2013 en Oslo, la OPAQ fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz. Suárez brinda sus sensaciones al respecto:

“Esta organización es muy pequeña y trabaja de manera muy silenciosa. La mayoría de la gente, inclusive los químicos, no estamos muy conscientes de su accionar y su existencia. Cuando empecé a trabajar en esto en el año 2009, viendo desde adentro todo lo que se hacía, siempre imaginé que la OPAQ era candidata a recibir un premio novel de la paz.
Si bien la organización obviamente no fija su objetivo en eso, con el problema de Siria tomó una gran relevancia toda esta actividad que venía desarrollando. Pienso que por todo ese esfuerzo le dieron el premio nobel.

Yo estuve allá hasta el día anterior del anuncio. Me enteré cuando llegué a Argentina por mi marido que lo había visto en el noticiero. Nadie sabía, ni si quiera que estábamos entre los postulados. Para los trabajadores de la organización y para nosotros que somos asesores, es una gratificación muy grande. En cierta medida insisto, no se trabaja para esto, pero al menos uno siente que aporta un granito de arena para la paz del mundo”.

Los miembros de la OPAQ se reúnen dos veces al año en La haya, y actualmente trabajan con 3 grupos temporarios acerca de diversas temáticas: grupo de verificación, grupo de convergencia entre la química y la biología y grupo de educación y difusión. En este último, la investigadora participa activamente:

“Hemos avanzado mucho en nuestra facultad. En el plan de estudios de la licenciatura en química, este tema ya se encuentra incluido en algunas asignaturas, inclusive, nuestros estudiantes de grado y postgrado han participado en los talleres que se dictaron el año pasado a los que concurrieron expertos internacionales. Con un gran esfuerzo y apoyo por parte de la Facultad y de la UNR, hicimos el primer taller que se denominó Química para la Paz, una experiencia a nivel mundial. En un principio fue pensado para profesionales de la química, y para científicos. Aunque la idea también es que toda la sociedad sepa que existe una convención, que conozca los peligros de usar mal las sustancias químicas, porque nosotros no somos concientes, pero todos las manipulamos. En los productos de limpieza, en los productos cosméticos que utilizamos cotidianamente. Un inadecuado descarte de estas sustancias puede producir efectos indeseados. Por eso, la educación y difusión están entre nuestros objetivos principales.

Por ejemplo, en las empresas, tanto los profesionales como los operarios que trabajan con sustancias químicas, tienen que saber que existe la convención, que es ley en Argentina, y para cumplir una ley hay que conocerla. Nos parece sumamente necesario que todo el mundo sepa que hay que tener una actitud responsable en cuanto al manejo de las sustancias químicas”.

Suárez enfatiza la importancia de la responsabilidad social de los ciudadanos frente a todos los aspectos de la vida, y alienta a un compromiso activo desde pequeñas acciones para producir grandes cambios:

“Creo que la responsabilidad social es una actitud que debemos asumir frente a todo lo que nos rodea, desde el manejo de sustancias químicas, la gestión de los residuos, las conductas viales, etc. En comparación con otros países, en Argentina nos falta mucho al respecto.

En la organización hay un cartel, en una sala pequeña donde nos juntamos, que dice algo así como: “si te considerás muy pequeño para ejercer una acción que provoque un cambio, pensá en lo que hace un mosquito en una habitación cuando vos querés dormir”. Un mosquito tan chiquito, con ese ruido, molesta muchísimo. Ejerce una acción muy grande, entonces yo creo que no hay que quedarse en que “quizás no puedo hacer nada”, sino que la sumatoria de las pequeñas acciones, es la que genera los grandes cambios”.

Lee este artículo en la edición N°22 de Aptus Propuestas Educativas: www.aptus.com.ar/revista/

 

Imagen: sxc.hu