La escuela ocupa una parte del tiempo de la vida de los niños muy importante. Desde bien pequeños los niños empiezan a ir a la escuela, aprenden, se socializan con iguales y con maestros. Establecen sus primeras relaciones fuera del ámbito familiar y su personalidad se desarrolla durante toda su etapa académica. La escuela se presenta, como el más importante contexto social y de aprendizaje, dando lugar a nuevos y desconocidos retos con la ambigüedad de contribuir al crecimiento personal o convertirse en acontecimientos que amenazan a dicho crecimiento.
Educar es socializar, en muchos sentidos. Supone acompañar a un grupo de estudiantes en su inserción progresiva en los modos de vida de una sociedad al mismo tiempo que supone encontrar la manera de que esa socialización sea vivida con una perspectiva crítica tanto desde la autonomía y la iniciativa personal como desde la conciencia social y ciudadana. Por otro lado, educar supone apropiarse de una serie de conocimientos que la sociedad ha generado históricamente y a los cuales da un valor determinado. Por último, aprender es, en sí mismo, un proceso que se vive más satisfactoriamente desde una estructura cooperativa y, por tanto, educar eficazmente es, también, generar procesos de socialización para el aprendizaje en el aula.
A principios de los noventa, el antropólogo Marc Augé publicó «Los no lugares: una antropología de la sobremodernidad». Frente a los lugares como el hogar o la escuela, que tienen valor identitario, relacional e histórico, «los no lugares son tanto las instalaciones necesarias para la circulación acelerada de personas y bienes (vías rápidas, empalmes de rutas, aeropuertos) como los medios de transporte mismos o los grandes centros comerciales, o también los campos de tránsito prolongado donde se estacionan los refugiados del planeta». Gracias a estas categorías Augé estudia, desde una perspectiva antropológica, las relaciones humanas y la construcción de la identidad, sin asignarles necesariamente un valor moral intrínseco pero reconociendo que «el espacio del no-lugar no crea ni identidad singular ni relación, sino soledad y similitud».
Y, desde esta perspectiva, ¿son las TIC (Tecnologías de la información y la comunicación) un lugar o un no-lugar? Si educar es socializar, ¿permiten las TIC tal socialización? En un principio la red podría parecer un no-lugar siguiendo la ya antigua metáfora de la «autopista de la información»; en efecto, muchos usos educativos de las TIC y de la red parten de esta visión de no-lugar como espacio del consumo anónimo (con actividades del tipo «busca en la red información sobre…»), del desplazamiento rápido a través de la superficie de las páginas que llenan la red, guiados por Google como lazarillo.
Sin embargo, la red y las TIC pueden ser un lugar. Si utilizamos la red y las TIC, junto con otros factores humanos y materiales, para construir nuestra identidad, establecer relaciones y participar críticamente de las prácticas y los símbolos históricamente construidos, estamos construyendo y habitando un lugar.
La pregunta no es tanto si las TIC son un lugar o un no-lugar, sino cómo quieres usar las TIC y la red en educación: ¿utilizas las TIC para permitir que tus estudiantes desarrollen proyectos vinculados con sus intereses personales y con cuestiones de interés social? ¿Permites que tus estudiantes hagan suyos los conocimientos que se ofrecen en la red, entrando en contacto con otros usuarios y sus diferentes experiencias? ¿Generas propuestas de aprendizaje organizadas cooperativamente para que tus estudiantes interactúen y desarrollen tanto patrones de interdependencia como de responsabilidad personal y grupal? Si tu respuesta es afirmativa, estás haciendo de la red un lugar de socialización y aprendizaje.
Fuente: www.educacontic.es Imagen: www.cursoseducacion.net