Matrimonios en crisis, estrés, “no sé qué hacer con mi hijo”, dificultades económicas, enfermedades, “nadie me entiende…”, frustración profesional para algunas madres, “no logro que nos escuchemos”, expectativas incumplidas… Todos hemos escuchado acerca de esto, o lo hemos vivido en mayor o menor medida. Sin embargo, no debemos olvidar que el ser humano siempre tiene recursos y herramientas para hacer frente a tales desafíos.
La vida familiar, pese a sus complicaciones, es compartir, incorporar los intereses de los demás integrantes de la familia como propios y saber que los otros me sostienen a su vez.
En una sociedad como la actual, el ritmo acelerado y las exigencias laborales nos llevan al cansancio y el desgaste, irrumpen en los ámbitos más íntimos y personales y pueden llegar a afectar todo tipo de vínculo, especialmente, los familiares. Y es en la vida cotidiana donde se plantean las mayores dificultades. Paradójicamente, es también esa vida cotidiana y hogareña el ámbito en el que cada uno tiene la oportunidad de superar los obstáculos, al esforzarse para aceptar al otro tal como es.
Las crisis son inherentes a la condición humana; por ende, aparecen en todo tipo de relación interpersonal. Cuando una familia siente que no puede superarlas por su cuenta y dar ese salto de crecimiento que busca, es hora de pedir ayuda profesional. La Orientación Familiar da una respuesta adecuada y efectiva a las dificultades que se presentan y ofrece caminos para prevenir posibles problemas más profundos a futuro. La mirada en perspectiva del orientador puede entender el conflicto desde un ángulo que el protagonista no llega a ver. Es quien puede ver el bosque sin que un árbol le tape su vista.
Un Orientador Familiar es un agente externo que, como tal, puede ayudar con mayor objetividad a detectar un conflicto, prevenir una situación problemática, proponer herramientas para desatar alguna cuestión, fortalecer los vínculos y acompañar a la familia a sobrellevar y avanzar en su dificultad o una situación pasajera.
Esta formación se ofrece en el instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral como una carrera semi-presencial de tres años de duración. Alguna de las materias que se estudian son: Conflictos conyugales, Funciones parentales, Ciclo vital, Amor y sexualidad etc. Está dirigida a quienes deseen desarrollar las competencias necesarias para intervenir en los procesos familiares.
Se abordan cuestiones actuales como ritmo de vida, ansiedad, desafíos del hogar, cómo lograr que este sea el ámbito acogedor que brinde serenidad y sosiego, etc. Hoy, necesitamos herramientas que nos ayuden a vencer la rutina, la falta de interés por lo que le pasa, siente, desea o aspira el otro; superar esa falta de ilusión que nos amenaza con convertir las vidas de cada uno en vidas paralelas, con pocas cosas en común entre todos los integrantes de la familia. Cada pareja pasará necesariamente por un terreno de conflictos pequeños y a veces grandes, pero con una correcta orientación, podrán ambos a reconocerlos, hablarlos, renegociarlos con grandes cuotas de afecto y ternura.
Rescatar lo positivo de cada situación es una de las tareas del orientador, porque hasta en las crisis más agudas, siempre hay aspectos positivos que rescatar. Ayudar a recomponer vínculos, dar pelea a las dificultades que se presentan, generar momentos familiares intensos que queden en el recuerdo de cada uno. Planear. Comunicarse. Apreciar al otro. Allí están algunas de las grandes metas del orientador.
La familia es el lugar donde nos desarrollamos como personas, el refugio donde sabernos amados y contenidos y al cual siempre se vuelve, porque nos permite ser tal cual somos. Por eso vale la pena lucharla.
Informes: [email protected] o [email protected] – 5921-8000.
Lee este artículo en la edición #19 de Aptus Propuestas Educativas.
Imagen: Instituto de Ciencias para la Familia-Universidad Austral
Comentar