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La educación de adultos

Trabajar en el territorio de educación para adultos implica un desafío para repensar el dispositivo escolar tradicional, afianzado en las escuelas diurnas; los tiempos, los espacios y los recursos didácticos deben ser cuestionados para poder resignificar esta modalidad

Cuando generalmente se piensa en las escuelas para adultos, se imagina una población homogénea, un grupo etario concreto e intereses similares en los alumnos. Sin embargo, al menos en las instituciones educativas rosarinas, deben dejarse de lado los supuestos para comenzar a construir una tarea contextualizada y minuciosa que tenga en cuenta varios aspectos.

En el trabajo de asesoría que realizamos en este tipo de escuelas hace unos años, encontramos una población heterogénea. No sólo la transita el adulto medio, sino adultos mayores que desean aprender a leer y escribir para ayudar a sus nietos o para no sentir vergüenza cuando van al almacén; pero también concurren aquellos adolescentes que fueron “expulsados” de la escuela diurna. Y, como si esta variedad fuera escasa, hay que sumarle las personas con alguna discapacidad física o mental que ya no pueden estar en la escuela especial. También hay que agregar algunas características que se imbrican en lo social, como aquellos que asisten porque necesitan el certificado escolar.

Diferencias psicológicas, socio- culturales y de edades, sumado a docentes con buena voluntad, pero que han sido preparados para formar niños con características parecidas, hacen que el terreno se torne frágil y resbaloso a la hora de trabajar en el aula de “la nocturna”.

Quienes concurren a las escuelas primarias de adultos son sujetos de aprendizaje, portadores de saberes, de experiencias y de códigos culturales, con representaciones simbólicas muy afianzadas. Pero, por otro lado, se trata de personas con baja autoestima en lo que se refiere a su relación con el conocimiento. Esta heterogeneidad de la población (adolescentes, adulto, adulto mayor, discapacitados), podría dejar soslayar lo pedagógico en su especificidad, en beneficio de cuestiones personales y/ o socio- culturales. La pregunta obligada es qué hacer ante tanta diversidad, ante tanta problemática en la que su solución no depende de la institución escolar propiamente dicha.

Se necesitan políticas de Estado que se ocupen de esta población tan diferente entre sí, aunque tan similar en algunas demandas que plantean, tales como: un trabajo digno, ser respetados como personas, comer todos los días; en definitiva, ser autónomos, pero parte, de un plan integral de gobierno. Es imposible pensar cambios en la educación si no se incluye en un proyecto mucho más amplio que abarque lo social, lo económico, lo cultural.

No cabe dudas que se necesitan maestros preparados para trabajar en esta modalidad, pero, a su vez, con salarios para que no estén sobreexigidos y con perfeccionamiento que tenga en cuenta la diversidad de estas instituciones. Pero también se necesitan propuestas concretas desde el Estado que tengan como objetivo principal revalorizar a cada hombre, a cada mujer que asiste a estas escuelas.

Todo ello requiere, además de una pedagogía propia que fortalezca la autoestima y la autonomía creciente de los sujetos, de diseños curriculares propios y de estrategias didácticas específicas que propicien la toma de decisiones y el pensamiento crítico de cada uno de los estudiantes, ciudadanos del mundo.

Por Carina Cabo - Doctoranda en Educación (UNR)

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