«Hoy hay que mostrarse, porque si no, no existís», es el postulado de la antropóloga y doctora en Comunicación Social Paula Sibilia. «Por un lado, hay que exponerse para ser alguien, pero a la vez somos vulnerables a esa mirada», agrega.
Esta forma de acoso denominada «bullying» que adquirió notoriedad en los últimos años también puede leerse en clave del cambio de época. «Es como si la eficacia moralizadora de la culpa hubiera disminuido. Los chicos ya no se preocupan tanto por las amonestaciones o las malas notas en la escuela. En cambio, creció la eficacia moralizadora de la vergüenza, que puede demolerte. Porque si la mirada ajena te dice que no valés nada, quizás no valés nada. No hay dónde refugiarse», explica.
Sibilia sostiene que en las últimas décadas se fue gestando el desplazamiento del interior hacia lo visible. Se despliega el culto al cuerpo, la importancia del aspecto físico, y no sólo la gimnasia o las cirugías plásticas, sino también la administración de la imagen y el gerenciamiento de todo lo que hacemos. En ese sentido, los perfiles de las redes sociales serían emblemáticos, así como las tecnologías emblemáticas de la interioridad en otras épocas eran las novelas y los diarios íntimos.
La investigadora postula la noción de «extimidad», para nombrar eso que ya no es la intimidad del siglo XIX, que por definición había que ocultar, sino una que se crea para ser visible y que se hace al mismo tiempo que se hace visible. Se desarrolla, incluso, para mostrarla. «Esa intimidad tienen que verla los demás, hay que lanzarla al espacio público con la instalación de las redes. Son estrategias inventadas por la sociedad para permitir no desactivar la diferencia entre público y privado pero permitir que algunas cosas que suceden en el espacio privado se hagan visibles».
La autora del libro «¿Redes o Paredes?» propone una reflexión ensayística sobre la «crisis de la escuela» a partir de una visión genealógica, considerando la manera en que las nuevas tecnologías de comunicación (sobre todo, los aparatos móviles de acceso a las redes informáticas) y, particularmente, los modos de vida que ellos implican, están afectando el funcionamiento de esa institución clave de la modernidad.
La intención es detectar y problematizar los factores involucrados en la creciente incompatibilidad de esos modos de ser y estar en el mundo, que son tan actuales, con las ya anticuadas instalaciones escolares; identificar los sentidos de estas transformaciones históricas y ofrecer algunas pistas que permitan delinear posibles respuestas al conflicto o, al menos, reformular las preguntas para que sean más productivas.
Cuando se termina de configurar este nuevo régimen de las redes y se superpone al de las paredes, la capacidad de la escuela queda en un lugar muy cuestionable. «Los cuerpos ya no son compatibles con la tecnología escolar. Es muy difícil lograr que funcionen en ese formato que es muy estricto en cuanto a espacio, y que encima ocupa mucho tiempo por día y durante muchos años. Las redes, en cambio, funcionan todo el tiempo y en cualquier lugar. No diferencian espacio público y privado, hora de recreo y de clase, y las subjetividades son compatibles con ese nuevo uso del espacio»
La autora sostiene que las paredes ya no cumplen más la función de confinamiento, de crear un ambiente de concentración y de transmisión del saber de un profesor a los alumnos a partir de una definición muy jerárquica de las funciones de cada uno. Lo que se intenta ahora es adaptar la escuela con las netbooks de Conectar Igualdad y las nuevas tecnologías, pero mi sospecha es que no son compatibles.
Fuente: tiempo.infonews.com Imagen: Archivo de imágenes
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