La discusión no es nueva, pero en los últimos años cobró fuerza a partir de investigaciones en neurociencia, cambios en las dinámicas familiares y experiencias internacionales que pusieron el foco en el impacto del horario escolar sobre el aprendizaje, la salud y el bienestar.
Lo que dice la ciencia del sueño
Numerosos estudios coinciden en que niños y adolescentes no están biológicamente preparados para rendir bien a primera hora de la mañana. En particular durante la adolescencia, el ritmo circadiano se desplaza naturalmente hacia horarios más tardíos: el sueño aparece más tarde y despertarse temprano genera privación crónica de descanso.
Dormir menos de lo necesario no es un detalle menor. Se asocia con dificultades de atención, menor rendimiento académico, irritabilidad, mayor estrés y problemas emocionales. En términos simples: pedir concentración profunda a las 7 de la mañana es, para muchos chicos, ir contra el reloj biológico.
Ventajas de empezar temprano (sí, existen)
Quienes defienden los horarios tempranos señalan algunos beneficios concretos. Entre ellos:
-
Mejor organización familiar, especialmente para hogares donde los adultos comienzan a trabajar temprano.
-
Disponibilidad de la tarde para actividades deportivas, culturales o apoyo escolar.
-
Optimización de la infraestructura escolar, permitiendo turnos mañana y tarde en contextos de alta matrícula.
Además, en algunas comunidades el horario temprano está profundamente arraigado y cambiarlo implicaría un reordenamiento logístico complejo.
Las desventajas que generan debate
Del otro lado del mostrador, las críticas son cada vez más contundentes. Entrar muy temprano puede provocar:
-
Déficit de sueño acumulado, especialmente en adolescentes.
-
Menor rendimiento cognitivo en las primeras horas, cuando se dictan materias clave.
-
Mayor cansancio y desmotivación, que impactan en el clima escolar.
-
Desigualdades, ya que no todas las familias pueden garantizar rutinas de descanso adecuadas.
En otras palabras, empezar temprano puede ser funcional al sistema, pero no necesariamente a quienes aprenden dentro de él.
¿Qué hacen otros países?
Varios países comenzaron a revisar sus horarios escolares. Finlandia, referente habitual en educación, suele iniciar la jornada entre las 8.30 y las 9.30, con especial flexibilidad en los primeros años de secundaria. En Canadá y algunas regiones de Estados Unidos, distritos escolares retrasaron el horario de ingreso tras comprobar mejoras en asistencia, rendimiento y bienestar emocional.
En España, aunque persisten horarios tempranos, el debate está instalado y algunas comunidades autónomas impulsaron jornadas más compactas o ingresos escalonados. El foco está puesto en adaptar la escuela a los ritmos reales de los estudiantes, no al revés.
Proyectos y discusiones en Argentina
En el país, el tema aparece de manera intermitente en agendas provinciales y proyectos piloto. Algunas experiencias exploraron ingresos más tardíos en secundaria, mientras que otras apostaron a horarios flexibles o alternados, especialmente en contextos urbanos.
Sin embargo, los cambios suelen chocar con limitaciones estructurales: transporte, comedores escolares, turnos múltiples y condiciones laborales docentes. El consenso es claro en una cosa: no alcanza con cambiar el reloj si no se repiensa el modelo escolar en su conjunto.
Un debate que recién empieza
La discusión sobre el horario escolar no se trata solo de minutos y campanas. Habla de qué escuela queremos, de cuánto escuchamos a la evidencia científica y de hasta qué punto estamos dispuestos a priorizar el bienestar de chicos y adolescentes.
Tal vez no exista una solución única ni inmediata. Pero algo parece seguro: seguir entrando al aula cuando el cerebro todavía está en modo “snooze” merece, al menos, una revisión seria.





