La reivindicación del traductor como un lector minucioso que resignifica la obra, y genera una nueva versión del texto sobre el que trabaja, fue uno de los ejes centrales sobre los que dialogaron el escritor español Eduardo Lago y el editor y crítico Luis Chitarroni, en el marco de la celebración por la primera traducción al español de la novela «Ulises», del escritor irlandés James Joyce.
Durante el encuentro, Chitarroni contó que Lago tradujo un libro – «que no sé si es tan difícil de traducir como el ‘Ulises’– , ‘El plantador de tabaco’, de John Barth, un contemporáneo de Pynchon. En su momento era quien le disputaba el trono a Pynchon; aunque después fue quedando un poco relegado, pero recuerdo que era un autor impresionante».
Lago, que trabajó durante cinco años en la traducción de «El plantador de tabaco», sostuvo que «leer es abandonar el mundo que nos rodea, perder la conciencia de uno mismo para adentrarse en otra dimensión, interpretando el mundo que existe del otro lado de la página».
«La lectura procede por acumulación, dejando un pozo que la memoria filtra selectivamente, apenas retenemos un porcentaje de lo que vamos leyendo; quien comprende la lectura siquiera de un volumen se queda con una horma que se concreta en un recuerdo global», señaló.
Y en ese sentido puso el acento en el rol del traductor: «El traductor ejerce máximamente como lector: el texto producido por el escritor es interpretado, comprendido, traducido si se quiere de manera diferente por cada uno de los lectores, así como otro tipo de lector especializado o crítico profesional no suele coincidir con sus colegas de oficio».
Según Lago, «cada lector produce una versión distinta del texto que llega hasta él. Otro tanto hace el traductor, el más cuidadoso, meticuloso y paciente de los lectores posibles. Todo traductor es antes que nada un lector».
«El traductor es escritor -afirmó-. La traducción literaria es escritura creativa por derecho propio. Tanto la escritura creativa y la traducción literaria son actividades que producen como resultado textos donde la calidad depende del talento natural. Aunque los talleres de escritura y traducción son de innegable utilidad, ninguna recomendación práctica y mucho menos teórica puede provocar la aparición del talento».
Eduardo Lago (Madrid, 1954) es autor de la novela «Llámame Brooklyn» (Premio Nadal, 2006) y la colección de cuentos «Ladrón de mapas» (2008), entre otros títulos. Entre sus traducciones figuran una colección de relatos de Henry James y una antología de 82 poemas de Sylvia Plath.
Además, tradujo las novelas «The Rise of Silas Lapham», de William Dean Howells; «The Captain of the Gray-Horse Troop», de Hamlin Garland, «The Sot-Weed Factor», de John Barth, y los cuentos de Junot Díaz recogidos como «Drown», entre otras cosas. Su nueva novela, «Siempre supe que te volvería a ver, Aurora Lee» (Malpaso, 2013), se publicará próximamente en Argentina.
Para Lago, «son innumerables los casos de escritores que han dedicado una buena parte de su energía creadora a traducir: el novelista catalán Eduardo Mendoza expresó que a él y a Javier Marías les gustaba más la práctica de la traducción que la escritura en sí; Marías llegó a decir que lo mejor que ha escrito es el ‘Tristram Shandy’, del escritor inglés Laurence Sterne».
Y explicó que cuando Marías declara que esa es su mejor obra, «no está diciendo que Sterne fuera mejor novelista que él, sino que Marías está a la misma altura que Sterne como escritor, pues ha sido capaz de producir un texto de tanta calidad como tiene el original compuesto por el autor».
«Casos como el de Pedro Salinas traduciendo a Proust o Borges, a Virginia Woolf nos sitúan en el límite más alto del binomio traductor-escritor; Salinas y Borges son lectores y escritores excepcionalmente dotados, por eso sus traducciones tienen una calidad excepcional», graficó Lago.
Lago afirmó que la traducción consiste en adentrarse en una zona nebulosa, región menos transparente situada por encima y fuera del ámbito de los lenguajes naturales, una región donde se encuentra el arquetipo de algo que algunos pensadores ha denominado lengua universal».
«Como ocurre con Homero, Kafka, Proust, Dostoievski, Nabokov, Mann, todos los cuales han dejado una huella muy profunda en quienes estamos aquí, las tres traducciones al castellano que existen del ‘Ulises’ son el ‘Ulises’ de Joyce, con palabras distintas. Eso es lo maravilloso», concluyó el escritor y traductor.
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