No es un simple recordatorio en el calendario: es un llamado a revalorizar la educación de jóvenes y adultos como herramienta para el desarrollo personal, la autonomía y una inserción más activa en la comunidad.
El aprendizaje en la adultez tiene un impacto directo en la calidad de vida. Permite adquirir habilidades básicas —como leer, escribir o resolver operaciones matemáticas esenciales— y también desarrollar competencias que fortalecen la participación social y laboral. Sin embargo, a pesar de su importancia, aún persisten brechas significativas.
Un informe de la UNESCO del año 2013 reveló que el 23 por ciento de la población adulta mundial no puede leer, escribir ni realizar cálculos elementales. La cifra, además de alarmante, expone un problema estructural: la educación destinada a jóvenes y adultos suele estar desconectada de las demandas del mundo del trabajo, lo que limita las posibilidades de inserción laboral y de progreso.
Un movimiento internacional con historia
La educación de adultos, tal como hoy la entendemos, tomó fuerza a escala global tras la Segunda Guerra Mundial. En aquel contexto, la UNESCO impulsó programas y recomendaciones orientadas a la alfabetización, la formación laboral y la participación social, con el propósito de reconstruir sociedades más equitativas.
Hacia fines de la década del 70, esta perspectiva se integró a las políticas del Estado de Bienestar, que buscaban garantizar derechos básicos y promover la igualdad de oportunidades. Desde entonces, el concepto de educación permanente —esa idea de que aprender no es un privilegio ni una etapa limitada a la infancia— se convirtió en un eje central de las políticas educativas modernas.
Un desafío que sigue vigente
Hoy, la educación para adultos enfrenta el reto de adaptarse a nuevas realidades: cambios tecnológicos acelerados, transformaciones en el mundo del empleo y la necesidad de competencias cada vez más complejas. Ofrecer programas flexibles, accesibles y vinculados con las demandas actuales es clave para garantizar que más personas puedan estudiar, reinsertarse en el mercado laboral y fortalecer su participación ciudadana.
El 27 de noviembre, entonces, no es solo una conmemoración. Es una oportunidad para insistir en la importancia de políticas sostenidas, inversión educativa y propuestas que reconozcan la diversidad de trayectorias vitales. Porque nunca es tarde para aprender, y porque una sociedad que apuesta por la educación de sus adultos apuesta, en definitiva, por su propio desarrollo.





