En el 2012 empezó a acuñarse formalmente el término de Educación Expandida, aunque no se trataba tanto de una novedosa metodología pedagógica sino de la asunción de que algunos principios educativos como la educación formal y la informal, que a su vez aglutinan la autoridad docente y paternal, la transmisión oral o escrita de conocimientos y la que se transmite a través de las redes sociales, podían funcionar de forma complementaria, cuando no interdependiente.
Pese a la novedad del término y su relativa popularidad en algunos entornos pedagógicos, la Educación Expandida no ha hecho sino situar en pleno siglo XXI una polémica, la que enfrenta lo que se aprende en el aula con lo que también se aprende fuera de ella, que prácticamente nació con la propia escuela como institución, según consignó el blog Aula Planeta.
Pero este debate, cuya intensidad ha ido creciendo y decreciendo a lo largo de la historia de la escuela, ha cobrado una renovada fuerza de la mano de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) y del acceso que estas permiten a masivas cantidades de información, dando a luz a teorías pedagógicas como el conectivismo, que aboga por un aprendizaje que, en la era digital, se produce cuando los individuos se conectan entre sí a través de las TIC, juegos virtuales y redes sociales.
Esta visión del aprendizaje contempla el proceso formativo como una red, no solo digital o tecnológica sino también humana, que se vale de nodos y conexiones para desarrollarse en cualquier lugar. Al diluirse las fronteras de la educación formal y la informal, se habla de una ubicuidad, pudiendo aprender en cualquier ámbito y momento.
La Educación Expandida implica un alumno que crea su propio itinerario de aprendizaje y que deberá tener unos mínimos conocimientos en alfabetización informacional, mediática y digital, pero además también supone un cambio en el rol habitual del maestro, que debe formarse en este nuevo proceso de alfabetización.
Imagen: Fotolia
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