En tiempos donde el estrés, la ansiedad y la desconexión emocional afectan cada vez más a niñas, niños y adolescentes, la escuela se convierte en un espacio clave no solo para el aprendizaje académico, sino también para el desarrollo socioemocional.
A continuación, compartimos algunas estrategias concretas que pueden ser aplicadas por docentes, directivos y equipos de orientación para transformar el entorno escolar en un espacio seguro y emocionalmente saludable.
1. Incluir espacios de diálogo emocional
Dedicar al inicio del día unos minutos para que los estudiantes expresen cómo se sienten —a través de palabras, dibujos o tarjetas de emociones— puede marcar una gran diferencia. Estos espacios, conocidos como “asambleas emocionales” o “círculos de la palabra”, promueven la escucha activa y la validación de las emociones.
2. Enseñar habilidades socioemocionales
Integrar contenidos sobre empatía, resolución de conflictos, manejo del enojo o comunicación asertiva dentro del currículo fortalece la autorregulación emocional. Programas como CASEL o la metodología RULER ofrecen recursos y marcos útiles para este propósito.
3. Promover el modelado docente
El ejemplo del adulto es clave. Cuando el o la docente gestiona su estrés, se comunica con respeto y muestra empatía, transmite esos mismos valores al grupo. La coherencia entre lo que se enseña y lo que se practica es una poderosa herramienta pedagógica.
4. Aplicar técnicas de atención plena (mindfulness)
Ejercicios breves de respiración, escaneo corporal o concentración pueden incorporarse al comienzo de las clases. Estos momentos ayudan a que el alumnado se centre, disminuya su ansiedad y mejore su capacidad de concentración.
5. Crear ambientes de aula seguros y predecibles
Los entornos escolares donde hay normas claras, rutinas estables y relaciones basadas en el respeto mutuo brindan a los estudiantes la contención necesaria para aprender sin miedo. Sentirse seguros es el primer paso para poder regular las propias emociones.
6. Implementar “rincones de la calma”
Disponer de un espacio físico en el aula donde los estudiantes puedan ir a relajarse, respirar o calmarse ante una situación de estrés, ayuda a reforzar la autorregulación y ofrece una alternativa positiva a la sanción tradicional.
7. Capacitar al equipo docente en salud mental
Reconocer signos de malestar emocional, saber cómo intervenir y cuándo derivar a profesionales especializados es fundamental. Las capacitaciones específicas permiten actuar de manera temprana y con sensibilidad.
8. Involucrar a las familias
La promoción de la salud mental es una tarea compartida. Generar espacios de encuentro con familias donde se aborden estos temas favorece la continuidad entre el hogar y la escuela y refuerza los lazos de confianza.
Educar para cuidar(nos)
La educación emocional no es un contenido adicional: es parte central de la formación integral. Crear espacios donde los estudiantes puedan desarrollar su mundo interno, construir vínculos sanos y comprender las emociones propias y ajenas, es sembrar futuro.
La salud mental, la empatía y la autorregulación no se enseñan con discursos, sino con experiencias cotidianas sostenidas en el tiempo. Y la escuela, como lugar de encuentro, puede y debe ser una plataforma para ello.