Por Javier Chapo. Profesor de Historia
Rosario, maravillosa Rosario. Transitar hoy sus calles nos invita (más bien nos impone) ver cómo la desigualdad – social, económica y cultural- atraviesa todas nuestras relaciones sociales. Cada esquina es una instantánea de esta realidad. Los distintos grupos sociales que transitan la urbe intentan, a través de distintas estrategias, marcar diferencias. Los sectores económicamente dominantes buscan diferenciarse de aquello que los asusta, no sólo para definir su propia identidad, sino también para legitimar su lugar privilegiado dentro de la sociedad. Es por ello que nos interesa comprender los mecanismos por los cuales estos grupos intentan diferenciarse, crear distancias no sólo físicas sino también simbólicas. Y en este sentido, el pasado de nuestra propia ciudad se torna como un campo fértil donde concentrar nuestra mirada. Esto no implica que el pasado nos explique o nos dé respuestas a las incógnitas del presente, sino simplemente, quizás, nos ayude a seguir cayendo en la cuenta de la complejidad que envuelve las relaciones humanas.
Los invito entonces a convertirse en un flâneur, que pasea por las arterias de Rosario a principios del siglo XX. Se vislumbra enseguida que no abundan edificios altos y que las calles, algunas de ellas pavimentadas en madera, se intersectan dibujando un damero. Rápidamente nos encontramos con los límites de la zona urbanizada: al sur Boulevard Argentino (actualmente Avenida Carlos Pellegrini) y al oeste Boulevard Santafesino (hoy Bv. Nicasio y V. Oroño), cuya intersección es el Parque Independencia, mientras
que al límite noreste lo conforma el río Paraná. Los rieles del ferrocarril cruzan y recorren la ciudad para alcanzar el puerto, emplazado desde la intersección de las actuales calles San Martín y Catamarca hacia el sur.
Hacia fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, Rosario se transformaba en un núcleo económico, junto y subyugado a Buenos Aires, del modelo agroexportador argentino; modelo que se fortalecía al ritmo del Estado nación, que buscaba entrometerse en el mundo capitalista como exportador de materias primas e importador de manufacturas.
La actividad agrícola ganadera, la fuerza humana local e inmigrante, el ferrocarril, el puerto, las inversiones extranjeras, el favor de la coyuntura económica, entre otros factores, coadyuvaron a instalar a Rosario como un gran epicentro comercial. La situación económica de la ciudad, como de Argentina, se mantendría estable hasta 1929. Algunos vaivenes del mercado contribuirían, junto a la inversión extranjera, a que se desarrollase una incipiente industria local abocada a la rama de la construcción, la textil y la alimenticia.1
La avidez por el lucro, el instinto por el negocio o simplemente la suerte, permitieron que naciera una ascendente burguesía local que aprovecharía todas las oportunidades que ofreciera la actividad agrícola y el fructífero díptico del puerto y el ferrocarril. Su crecimiento económico se reflejó, desde luego, en el paisaje urbano. El centro como el actual Boulevard Oroño son vestigios materiales del progreso económico, social y cultural de la ciudad. Se esperaba que el estilo francés, italiano y español que caracterizó a la arquitectura de sus hogares ocupara el espacio que dejaba la carencia de apellido o de prosapia aristocrática de la burguesía
comercial y profesional rosarina. Casas con grandes jardines, amplias habitaciones y ornamentadas salas permitían no sólo mostrar la riqueza obtenida, sino también permitir el intercambio y reconocimiento social. La burguesía desarrolló distintas estrategias para fundamentar su posición dominante, no sólo frente a sus pares, sino, más importante aún, frente a los otros grupos sociales.
El flâneur no puede perder de vista que no todos disfrutaban de las comodidades de los muebles europeos y de las ventajas del progreso económico y técnico. Aquellos que sólo recibieron la fuerza de sus músculos, debieron sobrevivir como pudieron. Muchos de los trabajadores establecieron sus casas, conventillos y ranchos en los alrededores de sus lugares de labor, dando lugar a lo que se conoce como el “barrio obrero”. Estos vecindarios se ubicarían por fuera de los límites céntricos, conformando lo que se conoce como la periferia.2 La ausencia de planificación urbana y el desinterés de la clase política dirigente determinaron que esta periferia careciera de servicios básicos como el agua o el alumbrado.
Para el imaginario de la elite local en estos precarios espacios abundaban el alcoholismo, la violencia y las malas costumbres, ergo, prácticas y valores que los trabajadores cargaban en sus espaldas. Frente a ello, la burguesía buscaría canales por los cuales diferenciarse para dejar explícito no sólo una distancia material entre ambos universos sociales, sino también simbólica. En este sentido, los clubes sociales sirvieron como un espacio de reclusión de la elite que permitió por un lado, crear y fortalecer vínculos de clase y por el otro, forjar una identidad y legitimar una posición social tanto a través de distintas prácticas de sociabilidad como deportivas. Altas cuotas de ingreso y rigurosos estatutos cerraban la puerta a aquellos cuyas costumbres y valores había que mantener alejados.3
A su vez, determinadas actividades deportivas permitirían desarrollar valores que transforman al burgués obnubilado por la ganancia en un gentleman. La esgrima, por ejemplo, fue un sport habitual en las elegantes salas de los clubes de la elite rosarina. Cualidades como la paciencia e inteligencia eran necesarias para dar la estocada exacta. Difícilmente un proletariado habría podido tener las horas de entrenamiento necesarias para alcanzar cualidades físicas y técnicas óptimas. Mediante este sport el cuerpo sufría una mutación que se suponía también la padecía el espíritu. De este modo se apaciguarían los movimientos anárquicos y apasionados típicos de aquellos en quienes domina la pasión por sobre la razón. Así la esgrima se presentaba tanto como un deporte clave para acercarse al ideal aristocrático como también para crear un hombre de movimientos finos, elegantes y regulados que lo alejaran del desgarbado y poco civilizado cuerpo de los sectores populares.
Aquí no pretendemos abordar el problema de la sociabilidad o el deporte en toda su dimensión ni mucho menos ser originales. Una nutritiva historiografía local se ha venido encargando de echar luz sobre algunas de estas cuestiones. Simplemente intentamos, e invitamos, a repensar el pasado como el presente, buscando siempre seguir comprendiendo cómo y por qué buscamos crear y legitimar diferencias, en vez de hallar caminos para encontrarnos. Pero como dijimos al principio, el pasado no nos da respuestas para entender las interferencias del presente, sino simplemente nos ayuda a seguir pensándolas en toda su complejidad.
Referencias: 1 VIDELA, O., Desarrollo agroexportador y conflictividad social 1912-1930 en “El siglo Veinte. Problemas Sociales, políticas de Estado y economías regionales (1912-1930)”, VIDELA, Oscar (Comp.), Nueva Historia de Santa Fe, Tomo IX, Prohistoria, Rosario, 2006, pp. 30-32.
2 FALCÓN, Ricardo., MEGÍAS, Alicia. y otros, Elite y sectores populares en un período de transición (Rosario, 1870-1900) en Historia del sur Santafesino. La sociedad transformada (1850-1930), ASCOLANI, Adrián (Comp.), Ediciones Platino, Rosario, 1993, p. 86.
3 FERNÁNDEZ, Sandra, Las formas de sociabilidad en Santa Fe en FERNÁNDEZ, Sandra (comp.), Sociabilidad, corporaciones, instituciones (1860-1930), en Nueva Historia de Santa Fe, Tomo VII, Prohistoria, Rosario, 2006, p. 17.
Lee este artículo en la edición N°19 de Aptus Propuestas Educativas: www.aptus.com.ar/revista/
Imagen: sxc.hu
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