En el ámbito educativo, hablar de “desaprender” puede sonar contradictorio. Sin embargo, en tiempos de transformación acelerada, sostener prácticas pedagógicas obsoletas no solo resulta ineficaz, sino que también obstaculiza el desarrollo integral de los estudiantes. Aprender a desaprender se vuelve entonces una capacidad clave, no solo para quienes aprenden, sino especialmente para quienes enseñan.
Repensar lo que se enseña (y cómo se enseña)
Durante décadas, el sistema educativo se construyó sobre ciertos pilares que hoy están en crisis: la transmisión unidireccional del conocimiento, la sobrevaloración de la memorización, las evaluaciones estandarizadas y la organización del tiempo en bloques rígidos, por ejemplo. Si bien estos dispositivos fueron funcionales en otros contextos históricos, hoy muchas de estas estructuras han perdido sentido.
En este contexto, desaprender no implica “tirar todo por la borda”, sino detenerse a revisar, cuestionar y, si es necesario, soltar aquellas prácticas que ya no responden a las necesidades reales de las infancias y juventudes actuales.
Lo que dejamos ir, abre espacio para lo nuevo
-
Desaprender la omnipresencia del adulto como único poseedor del saber, para habilitar voces estudiantiles más activas.
-
Desaprender la centralidad de los contenidos enciclopédicos, para dar lugar a aprendizajes más situados, significativos y colaborativos.
-
Desaprender la lógica del castigo y el control, para construir una cultura escolar más basada en el diálogo y la corresponsabilidad.
Estos procesos de desaprendizaje, si bien desafiantes, son también profundamente liberadores. Permiten renovar la tarea docente, resignificar el vínculo pedagógico y construir escuelas que abracen la complejidad del presente.
Una escuela que se pregunta, también educa
La capacidad de una institución para interrogarse a sí misma es, en definitiva, una muestra de vitalidad. Desaprender no es rendirse al caos, sino apostar por una educación viva, consciente y reflexiva. Como toda transformación profunda, empieza con una pregunta: “¿Esto que hacemos… sigue teniendo sentido?”