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Aníbal Jarkowski entre la docencia y la escritura

El escritor y docente escribe sus clases y sus libros a mano, completando cuadernos que después tienen su versión digital.

Desde la década del 80 Aníbal Jarkowski se dedica de manera sostenida y apasionada a la docencia, un oficio que no diferencia de la escritura de ficción o ensayística porque destaca que todas esas actividades le permiten «estar todo el tiempo viviendo en literatura».

El autor de la reciente «Si» asegura que le cuesta leer novedades, las toma cuando se las recomiendan sus amigos. Entre esas lecturas destaca a autores como Samanta Schweblin, Gustavo Ferrerya, Jorge Consiglio y Lina Meruane.

«Las clases las escribo cada vez. Las de la universidad son de cuatro horas cada semana. Muchas veces leo las clases anteriores, busco una entrada novedosa a un texto que di muchas veces, actualizo la bibliografía. Entonces a veces me siento fuera del tiempo», señala en esta charla con Télam.

Jarkowski escribe sus clases y sus libros a mano, completando cuadernos que después tienen su versión digital.

«Todas las versiones de la novela fueron a mano, hay versiones y versiones. Cuando está terminado, la paso a la computadora. Es una cosa más bien espontánea. Esta novela y cada capítulo deben tener ocho o diez versiones distintas. El momento de pasar es para retocar cosas que suenan mal pero el trabajo más importante de corrección es a mano».

En ese sentido señala que esta novela la ubicó en 1946 y eso también coincide con cierta desactualización que dice tener «respecto del presente» porque lo «salvó de tener celulares, computadoras, y abordar un personaje que puede andar en tranvía, las calles pueden ser empedradas».

ENTREVISTA

Sus cuatro novelas tienen varios de diferencia en los que hay un continuo que son las clases, la docencia. ¿Cómo identifica ese oficio?

-A.J.: Doy clases en la UBA, en la carrera de Letras doy dos materias: Literatura argentina 2 y Problemas de literatura argentina. Y en la Untref un seminario que se llama Teorías de la ficción, en la carrera de Escritura Creativa. En la UBA estoy desde el 86. También estoy en un secundario de Villa Crespo que se llama Paideia, donde además soy directivo desde el año 88, así que siempre la docencia fue mi actividad permanente y el sostén de mi familia. Después están los trabajos de crítica y de investigación que vas publicando. Las novelas fueron escritas en paralelo a esos trabajos.

¿Qué fueron aportando esas clases al vincularse con la literatura? Además son distintos alumnados, instituciones.

-A.J.: Dé clases en el secundario, en la universidad o esté escribiendo un artículo o una novela, estoy todo el tiempo viviendo en literatura. A mí me costó mucho dedicarme a esto. Lo hago desde el año 85, entonces es una forma de preservar el pibe que yo fui. No tuve que hacer otras cosas, más bien abrirme. Esto no es tan normal. Como preparar las clases. Hoy di una clase para quinto año y para primero, y mañana en la universidad. Y hoy también tengo una lectura. No es que escribo en los momentos que me quedan: paso de una cosa a otra porque siempre es literatura. También enseño Borges en la universidad. Me dedico a lo que me gusta.

Su vínculo con Beatriz Sarlo

¿En ese vínculo con la docencia tuvo un lugar importante Beatriz Sarlo, no?

-A.J. Eso fue un golpe de suerte, de destino. Trabajaba en una obra social y al mismo tiempo estudiaba. A la mañana o a la noche iba a la facultad y durante el día estaba en la obra social. Di el examen de Literatura Argentina, eran exámenes orales y en la mesa estaba Beatriz Sarlo. Lo di, me fui a trabajar y pocos días después me dicen en el trabajo que había un llamado desde la facultad. Pensé que había un problema, no sabía como habían dado con el teléfono y no, era Graciela Montaldo, la jefa de trabajos prácticos en ese momento, que me decía que Beatriz me había escuchado dar el examen y quería que fuera a trabajar a la cátedra. Fue una cosa muy pintoresca porque yo no tenía ni la mitad de la carrera hecha. En esa época daba clases para muchos de los que eran compañeros míos en las demás materias. Me creó una presión para recibirme pronto porque estaba trabajando en la facultad.

Yo tenía como modelo a un amigo, Miguel Vitagliano, quien me dijo que en un colegio en el que trabajaba había unas horas y fui. Resulta que hice lo que le vi hacer a Vitagliano, conversaba con los pibes, enseñaba a Girondo. El rector me presenta, doy clase muy entusiasmado y cuando termina les digo lo tienen que hacer para la próxima clase tal día y me dicen: «no tenemos ese día». Ahí les digo: «¿pero esto no es tercer año?» y me dicen «no, esto es segundo año». Así que esa primera clase fue medio patética porque les di clases a quienes no eran mis alumnos. Una de las alumnas de ese curso era Leonora Djament, editora de Eterna Cadencia.

Fuente: Télam