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Crianza en tiempos hiperconectados: cómo acompañar sin invadir

La convivencia cotidiana entre chicos, adultos y pantallas plantea nuevos desafíos. Cómo acompañar de manera saludable, sin controles extremos ni libertades peligrosas, en un mundo donde lo digital ya es parte de la vida cotidiana.

La crianza cambió, y no tiene retorno

Hace veinte años, la principal preocupación familiar eran los horarios de televisión. Hoy, las pantallas están en el bolsillo, en la mochila, en la habitación. No son un accesorio: son un entorno. Y para los chicos, directamente son el entorno. Navegan con naturalidad, aprenden a una velocidad asombrosa y se sienten cómodos en escenarios que a muchos adultos todavía les generan ruido.

En este contexto, la pregunta ya no es “¿pantallas sí o no?”, sino “¿cómo acompañamos para que lo digital sume y no lastime?”. Y acá aparece la clave: acompañar sin invadir, orientar sin asfixiar, marcar límites sin desconfiar de todo.

No son nativos digitales: son navegantes sin brújula

Existe un mito muy instalado: “los chicos ya nacen sabiendo usar la tecnología”. Sí, saben deslizar, tocar, abrir, cerrar. Pero eso no significa que sepan discernir riesgos, comprender intenciones, regular tiempos o cuidar su privacidad. Tienen habilidad técnica, pero no criterio.

Por eso necesitan acompañamiento adulto. No para prohibirles vivir su época, sino para que no queden solos en un océano gigante lleno de contenido, publicidades, algoritmos y conversaciones que no siempre entienden.

El rol del adulto: guía, no detective

Muchos padres sienten que deben revisar todo, controlar cada movimiento o instalar sistemas de vigilancia constante. Esa lógica termina generando dos efectos indeseados:

  1. quiebra la confianza;

  2. empuja a los chicos a esconder lo que hacen.

El enfoque más efectivo es el contrario: construir una relación donde hablar sea más poderoso que controlar. Cuando un chico confía en que no va a ser juzgado ni castigado por contar algo que vio o que le incomodó, busca ayuda. Y eso lo protege mucho más que cualquier filtro automático.

Esto no significa cero límites. Significa que los límites se explican, se acuerdan y se sostienen con coherencia.

El gran desafío: regular, no prohibir

La evidencia muestra que las prohibiciones extremas no funcionan. Los chicos necesitan aprender a gestionar la tecnología, no a vivir en abstinencia. Lo digital va a estar presente en la escuela, en la vida social, en el trabajo futuro. El objetivo es que aprendan a usarlo bien, no a ocultarlo.

Algunas pautas sanas:

  • establecer horarios y espacios libres de pantallas (la mesa, la noche, los dormitorios);

  • acordar tiempos razonables según la edad;

  • elegir contenidos adecuados;

  • alternar con movimiento físico y juego real;

  • enseñar a detectar riesgos y pedir ayuda.

Cuando los límites son claros y previsibles, los chicos se adaptan mejor.

Pantallas y emoción: un vínculo que conviene entender

Las pantallas no solo entretienen: regulan emociones. Muchos chicos buscan videojuegos, videos o redes cuando están aburridos, ansiosos o frustrados. Es una estrategia comprensible, pero si se vuelve la única herramienta, se transforma en un problema.

El acompañamiento adulto ayuda a identificar estas emociones y ofrecer otras salidas: movimiento, conversación, juego libre, lectura, manualidades, o simplemente estar juntos. No se trata de demonizar las pantallas, sino de ampliar el repertorio.

Cuándo preocuparse y pedir ayuda

Señales de alerta que conviene no pasar por alto:

  • irritación desproporcionada cuando se apagan pantallas;

  • aislamiento social;

  • abandono de actividades que antes disfrutaba;

  • cambios bruscos de sueño o conducta;

  • exposición a contenido inapropiado;

  • conversaciones sospechosas con desconocidos.

No todo es grave, pero si algo se repite o afecta la vida cotidiana, vale consultar con profesionales.

Construir ciudadanía digital desde la infancia

Los chicos no solo necesitan aprender a cuidarse: necesitan aprender a convivir en lo digital. Eso incluye:

  • respetar a otros;

  • no compartir información privada;

  • pensar antes de publicar;

  • entender la diferencia entre broma y agresión;

  • saber que todo deja huella.

La ciudadanía digital se aprende como todo lo demás: con modelo adulto, conversación y práctica.

La crianza digital no es una batalla contra las pantallas, sino un acompañamiento responsable para que los chicos crezcan con criterio, autonomía y seguridad. No se trata de control extremo ni de libertad total: se trata de estar presentes con sentido común, calma y diálogo. La tecnología no es el enemigo; la soledad sí. Lo importante no es apagar pantallas, sino prender vínculos.