A comer bien también se aprende
En los últimos años, la educación alimentaria ganó protagonismo en las políticas educativas y sanitarias del país. No se trata solo de enseñar qué alimentos son “buenos” o “malos”, sino de formar ciudadanos críticos y responsables, capaces de tomar decisiones informadas sobre su salud, el ambiente y la economía familiar.
Desde los primeros años de escolaridad, los chicos y chicas aprenden que la alimentación está directamente vinculada al bienestar físico y emocional, a la prevención de enfermedades y a la sostenibilidad del entorno. Por eso, las escuelas se convierten en espacios clave para fomentar hábitos saludables, consumo responsable y respeto por la diversidad cultural alimentaria.
De la teoría al plato: proyectos que transforman hábitos
En distintas provincias del país, los programas escolares de educación alimentaria incluyen huertas escolares, talleres de cocina saludable, jornadas de nutrición y ferias de alimentos locales. Estas propuestas permiten que los estudiantes experimenten, prueben y reflexionen sobre lo que comen, involucrando también a las familias.
Además, la Ley de Promoción de la Alimentación Saludable y su implementación en los entornos escolares buscan garantizar que los comedores, kioscos y cantinas ofrezcan opciones más nutritivas, acompañadas de información clara sobre los productos.
Formar en salud y conciencia
La educación alimentaria no es una materia aislada: se articula con Ciencias Naturales, Educación Física, Formación Ética, Tecnología y hasta Matemática, a través de proyectos interdisciplinarios que promueven la observación, el análisis y la acción.
El desafío actual es consolidar estrategias pedagógicas sostenidas, con recursos didácticos, formación docente y participación comunitaria. Enseñar a alimentarse bien es, en definitiva, enseñar a cuidar la vida.





