Ser docente en la Argentina hoy implica mucho más que enseñar. Implica contener, mediar, gestionar conflictos, suplir ausencias del Estado y, a menudo, hacerlo con salarios bajos, recursos escasos y una sobrecarga emocional difícil de sostener.
Diversos estudios y encuestas vienen alertando sobre una realidad que docentes de todos los niveles conocen en carne propia: el malestar emocional y físico se ha vuelto parte del paisaje cotidiano en las escuelas. Jornadas extensas, multitareas, presión burocrática, exposición a la violencia y falta de reconocimiento social forman una combinación explosiva.
Estrés docente: ¿qué lo provoca?
Las causas son múltiples y se retroalimentan entre sí. Un relevamiento de CTERA (2023) reveló que más del 70% de los docentes experimenta altos niveles de estrés laboral, y que este se agrava en contextos de vulnerabilidad social. Según el informe, los principales factores estresantes son:
- Sobrecarga de tareas (planificación, evaluación, informes, trabajo administrativo).
- Falta de recursos materiales y tecnológicos.
- Violencia escolar y conflictos con familias o directivos.
- Precariedad laboral (suplencias, bajos salarios, inestabilidad).
- Presión por resultados, sin acompañamiento adecuado.
- Escasa formación en salud mental y contención emocional.
Una pandemia que no terminó
La pandemia de COVID-19 intensificó estos problemas. La virtualidad forzada exigió reinventar la enseñanza sin preparación ni infraestructura, y dejó secuelas en la salud mental de la docencia. Un estudio del Observatorio de Argentinos por la Educación (2022) mostró que más del 60% de los docentes manifestó síntomas de ansiedad, insomnio y agotamiento durante y después del confinamiento. Hoy, muchos siguen lidiando con ese desgaste acumulado.
“Cuidar a quienes cuidan”
El estrés crónico tiene consecuencias serias: desde licencias médicas prolongadas hasta trastornos psicológicos, físicos y emocionales que pueden llevar al abandono de la profesión. En varias provincias ya se observa un fenómeno creciente: docentes que optan por jubilarse anticipadamente o directamente abandonar la carrera ante la imposibilidad de sostener el ritmo de trabajo.
Desde el campo académico, la investigadora Claudia Romero (Universidad Torcuato Di Tella) sostiene que el estrés docente es el reflejo de una tensión estructural: “Se espera que el maestro resuelva todo lo que la sociedad no puede resolver: pobreza, violencia, desigualdad. Pero no se lo forma, no se lo cuida, ni se lo respalda para esa tarea”.
¿Cómo se empieza a revertir?
Especialistas en salud laboral y psicología educativa coinciden en que no se trata solo de brindar acompañamiento individual, sino de transformar el entorno de trabajo. Algunas claves:
- Reducción de la carga burocrática innecesaria.
- Espacios institucionales de escucha, contención y formación emocional.
- Equipos interdisciplinarios permanentes en las escuelas para mediar en conflictos y apoyar al personal docente.
- Salarios acordes y estabilidad laboral.
- Campañas de revalorización social del rol docente.
Además, resulta urgente que los gobiernos provinciales y el nacional articulen estrategias de prevención del estrés laboral docente como parte de las políticas educativas integrales.
Hablar de estrés docente no es hablar de “maestros cansados”. Es hablar de un sistema que exige mucho y devuelve poco. De un trabajo esencial para el futuro del país que hoy se ejerce en condiciones cada vez más hostiles. Cuidar a quienes enseñan no es un gesto de buena voluntad: es una condición necesaria para que el derecho a aprender se haga realidad.