En tiempos donde las pantallas parecen omnipresentes —en la cocina, en el living, en los cochecitos—, el desafío no es evitarlas por completo, sino saber cuándo, cómo y para qué usarlas. Sobre todo cuando hablamos de la primera infancia, una etapa clave para el desarrollo del lenguaje, la atención y la motricidad.
“La tecnología es una gran herramienta si está al servicio de una propuesta pedagógica y no como reemplazo del vínculo humano”, dice Angel Elgier, investigador del CONICET y doctor en Psicología, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM. Y lo deja claro: el problema no es la pantalla en sí, sino su uso pasivo, desmedido o descontextualizado.
Pantallas en bebés: ¿daño, beneficio o depende?
El equipo de Elgier estudió los efectos del uso de tecnología en niñas y niños de entre 0 y 36 meses. El hallazgo fue claro: el impacto no es blanco o negro. Si hay un adulto presente que comenta, señala, pregunta, la experiencia puede enriquecer. Se pueden incorporar nuevas palabras, desarrollar atención conjunta y hasta fomentar la alfabetización temprana.
El riesgo aparece cuando la pantalla se convierte en “niñera digital”. En contextos de consumo pasivo y prolongado, sin interacción ni acompañamiento, los efectos son negativos: menor desarrollo del lenguaje expresivo, menos atención sostenida y menos juego libre.
Y ese último punto no es menor: el juego libre —ese que parece caótico pero es profundamente formador— es el gran desplazado. Jugar a que una piedra es un auto no es solo divertido: es imaginar, narrar, construir pensamiento simbólico. Todo eso no lo da YouTube Kids.
La desigualdad también pasa por el WiFi
En hogares vulnerables, los efectos se agudizan. En muchos casos, la televisión está encendida todo el día, como “ruido de fondo”. No hay un adulto mirando ni interactuando. Elgier advierte que esta estimulación fragmentada interfiere en el desarrollo del lenguaje y la atención. Y si a eso se suma la falta de libros, juguetes o espacios de juego, el combo es más complejo.
Durante la pandemia, esto se hizo aún más evidente: niños y niñas que atravesaron sus primeros años sin demasiada interacción con otros o con adultos disponibles. “Algunos necesitaban que les enseñaran a imaginar”, recuerda Elgier. Un dato tan potente como preocupante.
Cinco claves para una crianza digital más saludable
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Presencia adulta: Ver juntos, comentar, transformar el video en una excusa para aprender.
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Contenido de calidad: Elegir materiales con buen lenguaje, personajes positivos y estímulos creativos.
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Rutinas claras: Evitar pantallas en las comidas, antes de dormir o como único plan frente al aburrimiento.
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Juego y movimiento: Las pantallas no reemplazan correr, inventar, explorar. El cuerpo también piensa.
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Ejemplo adulto: Si miramos el celular todo el día, el mensaje es claro. Se enseña más con lo que se hace que con lo que se dice.
En resumen: más vínculo, menos piloto automático
La tecnología puede ser aliada si se usa con criterio. Pero nunca podrá reemplazar una mirada atenta, una charla compartida o un juego inventado entre risas. Porque lo que realmente educa, desde siempre, es el vínculo humano.
Fuente: Agencia CTyS-UNLaM