La propuesta esta pensado para apostar a la exportación y robustecer el mercado editorial.
Con el objetivo de recuperar el espacio comercial del libro argentino en el mercado de la lengua española, pero también para representar a la cultura nacional en el mundo, se lanzó el «Plan de internacionalización Marca Libro Argentino», un programa de objetivos y lineamientos que apunta a que las distintas áreas del Estado coincidan, se articulen y sumen esfuerzos para que la industria editorial logre trascender las fronteras.
Bajo el sello protocolar del Salón Libertador del Palacio San Martín pero en un clima de encuentro típico de fin de año y con el mundo del libro como consigna y objetivo, coincidieron el canciller Santiago Cafiero, la directora de Asuntos Culturales, Paula Vázquez; la secretaria de Relaciones Económicas Internacionales, Cecilia Todesca Bocco; la secretaria de Gestión Cultural del Ministerio de Cultura, Lucrecia Cardoso y un grupo de escritores nutrido integrado por Martín Kohan, Cecilia Szperling, Claudia Piñeiro, María Negroni, Juan Sasturain, Enzo Maqueira y el ilustrador Diego Bianchi. Se sumaron, además, representantes de la Cámara Argentina del Libro y de la Fundación El Libro.
«En vez de preguntarle a los escritores de donde viene su inspiración, indaguen en su condición material. Esto requiere de políticas públicas específicas», advirtió Martín Kohan, en representación de los escritores, para dar cuenta de la importancia de abordar desde el Estado la exportación de libros y de derechos de autor.
El plan de internacionalización del sector editorial, basado en lineamientos para una estrategia de comercialización de derechos de obras argentinas, busca robustecer herramientas ya probadas como el Programa SUR y el Argentina Key Titles.
«Estoy acá sosteniendo esta pila de libros como el gesto de una decisión política que apunta a jerarquizar el libro como objeto cultural pero también para garantizar su mercado», empezó Váquez mientras sostenía, con la ayuda del atril, ejemplares del poeta Ricardo Zelarayán, una primera edición de un poemario de Alejandra Pizarnik, la última novela de Claudia Piñeiro, un ensayo de Martín Kohan y una novela de Eduardo Berti, entre otros libros.
«Los traigo como amuleto para mostrar lo maravillosos que son los libros argentinos», aseguró la directora de Asuntos Culturales, en un claro intento de salir de la simple entelequia en el contexto de una acto institucional. «Me gustaría no volver a escuchar aquello de la época dorada de la edición argentina vinculada al pasado, quiero que la época dorada esté en el futuro», sostuvo e insistió en su compromiso para lograr que los libros nacionales oficien de bandera en el mundo.
El libro argentino es uno de los pilares de la gestión para 2022-2023, junto con la representación argentina en la Bienal de Venecia y la difusión de la candidatura del museo Esma ante la Unesco como patrimonio de la humanidad.
«Queremos trabajar desde Cancillería en conjunto con otros organismos del Estado para recuperar el espacio del libro argentino en la lengua española», explicó sobre la articulación que aspira a que se de en el Estado a la que se sumarán la Cámara argentina del libro y el Centro de Políticas Públicas del Libro de la Universidad de San Martín.
A su turno, la secretaria de Gestión Cultural del Ministerio de Cultura, Lucrecia Cardoso, resaltó la dimensión económica de la cultura, que «crece más que la media de la economía argentina». «Necesitamos divisas para resolver las restricciones externas. Y además, el sector editorial es un imponente generador de puestos de trabajo», resaltó.
El canciller Cafiero, durante su intervención, eligió destacar a «Marca Libro Argentino» como un «ordenador» para «potenciar y exportar una parte de nuestra identidad nacional»: «Tiene valor agregado, pero fundamentalmente talento agregado. Les estamos agregando talento a nuestras exportaciones», dijo.
Kohan, en nombre de los escritores pero también con un conocimiento cabal de cómo funciona la dinámica del mundo editorial, llamó a no caer en lo que denominó la «trampa de la sacralización de la literatura»: «La literatura, la lectura y la cultura tienen un prestigio extendido que roza la unanimidad y eso puede jugar en contra. La literatura, cuando se ve remitida a un olimpo trascendental, no hace sino alejarse de su condición material».
Kohan optó por interrogar a una metáfora trillada para dar cuenta del problema y del rol que debe asumir el Estado: «Se habla habitualmente de `la teta del Estado´. Me pregunto por qué `teta´y no `tetas´. No tengo idea. En definitiva, no es una cuestión de teta, sino de políticas públicas que vayan a contrapelo del abandono negligente que hemos sufrido».
«Los muchos hacedores de la literatura, la industria editorial, los libros, la interpelación de los lectores, requieren ni más ni menos que otras cosas, políticas específicas. De qué se habla sino cuando se habla de políticas culturales o de cultura y política», sostuvo el escritor al final de su intervención.
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