“El mayor conflicto que observo en el trabajo con los colegas tiene que ver con ser contemporáneos de un cambio de época”, comienza diciendo la socióloga Marcela Martínez, quien actualmente se dedica a la capacitación docente, tanto virtual como presencial. Coordina la especialización en Problemáticas de las Ciencias Sociales y su enseñanza que ofrece el Programa Nacional de Formación Permanente “Nuestra Escuela” para profesores de todo el país, un espacio de investigación y análisis en el cual participan 4.890 colegas. Además, brinda capacitación presencial, hace 10 años, en la Escuela de Maestros de la ciudad de Buenos Aires donde, según la investigadora, “es un buen ámbito para tomarle la temperatura a las escuelas”. También integra un equipo de investigación de la Universidad de San Martín llamado Programa de Saber Juvenil Aplicado, donde el objeto de estudio se centra en cómo aprenden los chicos hoy; y es docente en la Diplomatura en Gestión Educativa en FLACSO.
“En el último tercio del siglo XX, algunos procesos importantes como la globalización, el despliegue de la sociedad de la información, la pérdida de poder de los Estados Nacionales en detrimento de los mercados globales, pero, por sobre todo una mutación en el sistema capitalista que hace que esas coordenadas en las que fue pensada la escuela moderna, hoy queden desfasadas, particularmente en lo que tiene ver con la organización del tiempo y del espacio”, continúa diciendo la autora del libro “Cómo vivir juntos. La pregunta de la escuela contemporánea”, donde analiza el desencuentro intergeneracional entre docentes y alumnos.
La especialista explica que los docentes de secundaria a menudo se preguntan, con cierto desconcierto, cómo organizar una escena educativa, ya que se encuentran con jóvenes que no “encajan” dentro del sistema propuesto por la institución: “La escuela estuvo diseñada para alumnos que fueran capaces de ´aburrirse´, de quedarse en el ´molde´, cuyas familias ya les hubieran dejado todas las marcas de socialización para que, cuando ingresaran a la institución, vieran en los alumnos figuras de respeto, autoridad; pero ese no es el tipo de joven que encontramos actualmente, sobre todo en los grandes centros urbanos”.
Martínez sostiene que gran parte de esta mutación cultural está dada por la emergencia de las nuevas tecnologías y los cambios que producen tanto en la subjetividad de los adolescentes como en sus prácticas cotidianas: “Uno de los temas que estamos analizando, que es un gran problema de gestión, es que los chicos llegan tarde a la escuela. Esto sucede porque, generacionalmente, tienen mucha más actividad nocturna. Y no tiene que ver porque se vayan de su casa, sino porque están en las redes, uno de los lugares donde los adolescentes desarrollan su sociabilidad”.
La socióloga explica que los chicos están sometidos a más cantidad de estímulos de los que pueden procesar y esto produce cambios en la subjetividad: “Son ansiosos, no pueden esperar, les cuesta desplegar procesos para llegar a resultados. Su modo de estar en el mundo es intuitivo, de percepción más que argumentación. Necesitan traducciones prácticas de lo que hacen”. Esto supone un cambio del proceso de enseñanza – aprendizaje, ya que el docente se encuentra con un nuevo sujeto al cual le es imposible llegar si sigue utilizando los mismos métodos que hace 20 años atrás.
“En las escuelas se encuentran dos experiencias del tiempo: la de los docentes y la de los alumnos. Los chicos tienen la sensación de eterno presente, entonces, todo lo que le planteamos desde la escuela, como por ejemplo ciertas tareas para hacer en la casa, no las hacen, lo que genera que nos frustremos como docentes, ya que tenemos que asumir que el único momento en el que vamos a trabajar con los chicos es el momento de clase, si es que tenemos la suerte de que todos vayan”, expone Martínez y agrega: “La escuela está organizada con una idea meritocrática del tiempo y esto supone que yo soy capaz de desplazar lo que quiero hacer hoy, de reprimir mi deseo, porque sé que si me esfuerzo, me disciplino, voy a estar mejor mañana. Esta experiencia, en la generación z, no existe. Viven en un mundo muy amplio que transcurre en la red, con una sensación de inmediatez constante”.
El ausentismo es otro de los grandes problemas actuales de la escuela, que ocurre no solo con los alumnos sino también con los docentes. “Los profesores llegan al aula y no saben qué hacer, todo eso genera un gran malestar. Algunos más responsables intentan buscar soluciones, hay otros que esto lo tramitan alejándose de la escuela. El ausentismo docente es una epidemia en nuestro país. Los porcentajes triplican la media histórica, es una situación muy grave. Muchas veces los que denuncian estas faltas son los mismos chicos”.
La investigadora expresa que la escuela ya no puede ser pensada en términos de transmisión de información, sino que tiene que considerar el armado de ciertos problemas en campos de interés. “Hoy cualquier chico sabe que para obtener el dato que necesite, necesita hacer un clic, más allá de la calidad de la información con la que se encuentre. De lo que se trata es, por esta enorme cantidad de datos disponibles, de trabajar con los alumnos ciertas propuestas analíticas, ciertas preguntas, dentro de un campo de interés. Ya no necesitamos seguir transmitiendo contenidos curriculares en términos de información”. Y para justificar esta idea cuenta que los chicos definen la peor clase como esa clase en la que el docente les habla durante una hora y media: “Si planteamos la clase en bloques de 20 minutos, con estímulos audiovisuales, trabajos en grupo, saliendo del aula a otros espacios de trabajo, el modo de enseñanza-aprendizaje es otro. Hay que trazar puentes en el modo en que ellos se acercan a los conocimientos con diferentes puertas de entrada.”
“Los alumnos no reconocen la autoridad a priori del docente, que no quiere decir que la autoridad no exista sino que existe si se construye situacionalmente. Para hacerlo, el docente tiene que tener una presencia intensa en el aula, alguien capaz de ´leer´ por dónde están los flujos motivaciones del grupo. Es un enorme trabajo de pensamiento activo que supone armar en una escena educativa singular, más que una persona que se posiciona como un transmisor de contenidos curriculares consagrados”, explica Martínez y argumenta que esta situación no es negativa sino que supone un cambio en la posición docente: “Pensarnos como aquellos que interrogan campos de saber, que plantean preguntas, ser capaces de traducir los contenidos curriculares de nuestra asignatura en temas que a los chicos los movilicen. Y eso no tiene que ver con abordar cosas que tengan que ver con el entretenimiento o que hayan pasado hace 5 minutos, sino ser capaces de traducir. Lo que no hay que hacer es plantarse en los contenidos curriculares, que no tienen ningún tipo de interés para los alumnos, y suponer que por el hecho de ser docentes, esos chicos van a escuchar y se van a quedar en el molde”.
“Lo que falta es que los docentes que están experimentando otras formas de enseñanza, tengan visibilidad, para que esas nuevas prácticas en el aula no formen parte de un ´plan b´, -porque no puedo dar lo que quiero dar, termino dando otra cosa- , sino que sean un nuevo modo de enseñar”, argumenta la socióloga y por último sostiene que, para dar una respuesta a la desorientación de los maestros, hay que dejar de pensar el trabajo docente desde una perspectiva individual: “Los docentes necesitan componer espacios de pensamiento colectivo en las instituciones. En ese sentido, el programa Nuestra Escuela es una gran oportunidad porque las jornadas institucionales, interinstitucionales reúnen a todos los profesionales de la educación a pensar su propia práctica. Algunas experiencias como las parejas pedagógicas, generan cambios, los docentes sienten que tienen más recursos”.
Imagen: www.pexels.com
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