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La vocación de enseñar

Educar implicar dirigir, orientar, facilitar un cambio en la persona del otro. Lo intelectual se supedita aun interés mayor: la capacidad de desarrollar la vocación de otro

La vocación docente es el conjunto de intereses, necesidades, aptitudes, ideales y circunstancias personales que al conjuntarse hacen que el sujeto se sienta atraído hacia una profesión o forma de vida y capaz de afrontar los retos que supone. Un buen docente o profesor no se define por su actividad sino por el sentido que da a ella. El educador es aquel que dispone su vida, sus acciones al servicio de otro.

Un docente es aquel que enseña o que es relativo a la enseñanza. La palabra proviene del término latino docens, que a su vez deriva de docēre (“enseñar”). En el lenguaje cotidiano, el concepto suele utilizarse como análogo de profesor o maestro, aunque no representan lo mismo. El término docente es polisémico se usan como sinónimos del mismo las siguientes palabras: pedagogo, instructor, formador, educador, enseñante, adiestrador, maestro, didáctico, académico, normativo, purista, clásico, culto, asesor, consejero, facilitador, promotor, orientador, coordinador, consiliario, tutor, gestor, mentor, guía, gurú, mediador y conductor, entre otras, parecen concebirse como expresiones equivalentes, quizás dependerá de la perspectiva y de la realidad en la que se conciban, independiente de una definición lo importante es la realidad, los hechos que se observan en seres humanos que se desempeñan en el ámbito educativo.

Un buen docente no se define por su actividad sino por el sentido que da a ella. Un profesor por tanto debe dejar de ser un mero instructor de contenidos para convertirse en un pleno educador, en un servidor de las vocaciones ajenas.

Pero no basta con saber de un tema si soy incapaz de enseñarlo. La docencia va más ligada al cambio de la persona que recibe la enseñanza que a la capacidad de uno de expresar un concepto. Muchos hemos pasado por experiencias universitarias en que abogados, arquitectos o médicos intentan dar cuenta de su saber, siendo incapaces de entregarlo en forma clara y sencilla.

El profesor enseña, el maestro educa. Quien sólo enseña, cumple un programa preestablecido (a veces no completo), está centrado en su enseñanza, es transmisor de saberes, califica resultados. Quien además educa, cumple una misión de servicio, busca el bien del alumno, es ejemplo de los valores que predica, estima y evalúa procesos de mejora. El educador tiene claro que el valor de su trabajo está en el perfeccionamiento de otros; se asume como servidor público, sabe leer entre líneas los gestos, actitudes, rasgos físicos y emocionales de los educandos para descubrir lo que necesitan.

El entendimiento popular llama «maestro» a quien se distingue en su actividad u oficio; quien, en virtud de su saber, enseña a otros, no como simple instructor, sino como un tutor en la vida misma donde cobran sentido teoría y práctica se convierte en modelo y guía para sus discípulos. Y cuando ocurre que no solo muestra el conocimiento sino que orienta para aplicarlo y motiva para amarlo, hacerlo propio y enriquecerlo, traspasa la línea del saber para abrir la del ser. Es entonces cuando se transforma en educador, es decir, en motivador de la mejora personal de los alumnos, en promotor del perfeccionamiento integral de sus personas.

Sin embargo hay un riesgo en esta visión. La raíz latina de la palabra educar es la misma que la de la palabra conducir. Es posible de pronto que algunos profesores sientan que su rol es conducir, dirigir, manipular los pasos de sus educandos. Nada más peligroso cuando el profesor se autoimpone el rol de salvador de sus alumnos. De aquel que decide y elige por ellos restando la capacidad de auto descubrirse, de desarrollarse plenamente, en el fondo restando libertad a sus estudiantes.

Hay personas que parecen tener una aptitud natural para orientar a otras, quienes a poco que sepan de algo son capaces de explicarlo. Otras «trabajan de maestros»pero no lo son; dan clases mientras encuentran «un mejor empleo», lo cual indica que no consideran que lo mejor para ellos está ahí. Otras más hacen de la docencia una rutina sin brillo ni vida, intentan reproducir textos, repetir programas, realizar lo mismo día a día.

Educar, hoy como ayer, supone esfuerzo, disciplina, buenos y malos ratos, mucho sacrificio personal para saber dar sin esperar recibir (aunque cuando se da verdaderamente, siempre se recibe mucho), para esperar el tiempo y momento de cada educando, para mantener en la conciencia y en el ejemplo de vida que somos el modelo de aquello en lo cual queremos educar y, por ello, para rectificar cuantas veces sea necesario.

Hoy en día, la docencia implica cosas distintas a las de hace algunas décadas: los múltiples cambios sociales y las nuevas tecnologías han construido un nuevo escenario en el que los maestros deben adaptarse constantemente no sólo a las nuevas demandas de la sociedad, sino a diversos retos que tienen que ver con el mundo plural y globalizado en que vivimos.

 Fuente: Georgina Contreras Santos – Iberciencia

Imagen: blogs.elpais.com

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