Dar clases es una ardua tarea. Si bien parece fácil a los ojos de los demás, requiere de fuertes conocimientos en lo disciplinar e, igualmente, de saberes que expliquen, o intenten hacerlo al menos, los contextos en los que la docencia se halla inmersa. Además, hoy es necesario conocer las infancias, en plural, que no son las mismas que las de algunas décadas atrás, a fin de identificar modos de ser de los chicos actuales, que quizás rompen el orden existente de la escuela tradicional, pero puede ayudar a encontrar intersticios para que ingrese aire puro.
Hasta no hace mucho enseñar era “bajar línea”, era transferir conocimientos científicos, más allá de las particularidades de los niños o contextos. Si bien la institución escolar surgió en la Modernidad, como posibilitadora de la formación de un ciudadano con particularidades precisas, enmarcado en las características de la época, los procesos que sucedieron en la sociedad desde hace más de un siglo, influyeron en el desfasaje entre la cultura escolar y la cultura imperante en la realidad cotidiana producido por la erosión del entramado social, modificando sus relaciones y sus funciones y cambiando el contexto en el que se desenvuelven.
En este marco, la escuela, como partícipe de este andamio moderno, rompió con su función de disciplinamiento que formaba un sujeto con características precisas y sufrió la ruptura de los lazos que la articulaban funcionalmente con otro conjunto institucional propio de la modernidad.
Por lo tanto, queda claro que hoy por hoy enseñar es una tarea muy compleja y, por ende, la formación en la disciplina específica es fundamental, pero también es preciso conocer cómo abordar dichos saberes con los sujetos con los que nos encontramos a diario. Y, si bien la tarea de formar docentes, no fue un tema primordial para los gobiernos, la formación en el profesorado y la capacitación docentes deberían ser las prioridades en la agenda política de los funcionarios.
Nadie niega que los temas urgentes que preocupan y ocupan al Ministerio de Educación sean reales, pero existen otras cuestiones no menores que es necesario abordar. Y es allí, donde se podría abrir a escuchar otras propuestas de trabajo en el aula, otras formas de capacitar docentes y otras formas de estar en la escuela, otros modos de relación con los alumnos y establecer otras normas para esta realidad y estos tiempos. En ese marco, no caben dudas que los docentes son los interlocutores válidos para este intercambio. Escucharse, compartir experiencias, saberes y estrategias podría ser el puntapié para construir políticas educativas de abajo hacia arriba que imbriquen deseos, necesidades y propuestas contextualizadas. No es fácil, pero es posible.
Fuente: Carina Cabo. Especialista en Gestión educativa Imagen: Archivo de imágenes
Comentar