La doctora Elizabeth Rigatuso es investigadora del CONICET y docente del departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur, donde dicta varias materias del área de Lingüística, en la carrera de Letras. Desde ese doble rol, trazó un análisis acerca del habla juvenil y detalló cómo un estudio pormenorizado revela que los modos de comunicación de esa franja etaria se constituyen en una afirmación de su identidad.
Cómo hablan los jóvenes
“Tal vez podríamos preguntarnos: ¿los jóvenes se entienden cuando hablan? ¿Se concreta la comunicación entre ellos?”, se pregunta Rigatuso. “Si la respuesta es afirmativa, entonces deberíamos encarar el tema desde la perspectiva de las competencias comunicativas. Creo que el tan criticado tema del habla adolescente tiene que ver, a veces, con un desconocimiento de las variedades del lenguaje. Si las entendemos como un conjunto de elementos de similar distribución social, el habla adolescente o juvenil tiene que ver con una variedad lingüística asociada a un grupo etario. Así como los jóvenes tienen su música como marca de identidad o su forma de vestirse, el habla también es una marca de identidad para ellos. Y en esa identidad, que se construye y co-construye en forma permanente en la interacción, creo que tenemos que distinguir entre la interacción entre los pares y la interacción en otros contextos, fuera de lo que es la relación de amistad y compañerismo”, señala a Argentina Investiga Rigatuso.
“Sin ninguna duda, el habla juvenil es un habla con identidad propia, una forma de marcar la identidad de los jóvenes, en todos los niveles de lengua, y de diferenciarse. En los estudios de sociolingüística y pragmática se habla de antinormativa y anticortesía como uno de los rasgos, lo cual no quiere decir descortesía. Hay un especialista en el tema, Claude Zimmermann, que señala que los jóvenes usan, muchas veces para comunicarse entre ellos, formas descorteses hacia afuera, pero que en el habla de los jóvenes son formas de marcación de identidad, formas de solidaridad, afiliativas. Entonces, este concepto de ‘anticortesía’ tiene que ver con marcar una diferencia con los otros grupos y marcar la identidad propia. Por ejemplo, con los insultos ficticios, que usan los jóvenes”, ejemplifica.
“Yo creo, sin ninguna duda, que los jóvenes se comunican perfectamente entre ellos, pero también se comunican con el resto de los grupos, con los adultos o en contextos formales”, afirma, antes de agregar que “tampoco estoy de acuerdo con esta crítica que se hace respecto de que ‘los jóvenes tienen pocas palabras’. Sin ninguna duda, creo que el compromiso docente es ampliar la competencia comunicativa de los jóvenes”.
“Este concepto -que viene de una de las vertientes de la sociolingüística, la etnografía de la comunicación- implica que el hablante sepa no sólo lo que es gramaticalmente correcto, sino qué decir, cómo, con qué y en qué contexto y de qué manera. Es decir: producir mensajes contextualmente adecuados. Me parece que allí hay un plano interesante en el campo de la docencia y la investigación transferido a la docencia. Yo creo que tenemos que respetar las formas de comunicarse de los jóvenes, y debemos ampliar esa competencia comunicativa -si es necesario, según los grupos- para que puedan desempeñarse en contextos formales o profesionales”, explica.
“Todos hacemos uso de rasgos diferentes según los contextos formales o informales, de acuerdo al destinatario o la intención comunicativa. Pero creo que los jóvenes, en su búsqueda de identidad y en esa jerga propia, marcan aún más determinados recursos por la cuestión de marcar su identidad y diferenciarse de otros grupos”, puntualiza. “Esto tiene que ver con un cambio general que se produjo en las relaciones interpersonales, como reflejo de cambios ideológicos, políticos y sociales de nuestra comunidad. Hace años atrás, el uso generalizado del ‘vos’ era impensado. Pero no es más que el reflejo de los cambios”, enfatiza Rigatuso.
“Creo que es un desafío importante, desde el punto de vista docente, ampliar la competencia comunicativa, motivar a los alumnos en las prácticas de lectura, escritura e interacción, que a veces se deja un poco de lado. Una cuestión que me parece importante tener en claro es qué entendemos nosotros cuando hablamos de que el hablante tiene que manejar la variedad estándar de una lengua, que no es sólo la lengua escrita, literaria, sino que también tiene que ver con prácticas de oralidad. Hay todo un tipo de ejercitación oral, además de la escrita, que es muy importante para el futuro desempeño de los jóvenes en su vida laboral y en la sociedad. En ese sentido, creo que se pueden hacer trabajos interesantes a partir de cuestiones que motivan a los jóvenes. Por ejemplo, los nuevos modos de comunicación, tecnológicos, que se conocen como el ‘estilo electrónico’. Se puede partir de los mensajes de texto que ellos producen, con las características de esa forma de escribir para ese modo de comunicación, y luego ampliar esto como ejercitación: el mismo mensaje, pero en una carta, o un email. Creo que es lo importante, empezar a ampliar esas competencias comunicativas”, propone.
“Hay toda una línea de estudios en torno de esto. De hecho, una de las integrantes de nuestro grupo, Lucía Cantamutto, hizo su tesis de grado sobre el discurso de los mensajes de texto en el habla adolescente y llegó a conclusiones muy interesantes. Porque, por ejemplo, pensemos en todos los procesos cognitivos que subyacen en la escritura de un mensaje de texto. Si pensamos en el plano semántico, tenemos todo un proceso de acortamiento de palabras: aúnan la búsqueda de la brevedad con la búsqueda de la expresividad y de la claridad del mensaje. O sea, no son procesos sencillos”, marca.
“Hay un texto de la década del ‘80 que se llama ‘Metáforas de la vida cotidiana’, que es una muestra fantástica de cómo lingüística y literatura están muy bien articuladas. Desde ese punto de vista creo que trabajar con las metáforas que usan los jóvenes puede servir como un camino, también, hacia la literatura. Por ejemplo, todo lo que sean los insultos ficticios, como el uso de la forma ‘boludo’. Hay todo un proceso histórico respecto de este uso metafórico. Típicos insultos que no son insultos de descortesía sino que, desde el punto de vista de la teoría, son fenómenos de anticortesía para marcación de identidad”, diferencia.
El papel del periodismo como formador del lenguaje
En cuanto al rol del discurso periodístico en la conformación de lenguajes, la investigadora sostiene que “juega un papel muy importante, en todas sus formas de manifestación, en lo sincrónico y lo diacrónico, también en lo histórico. Creo que es muy importante que los chicos se acostumbren a trabajar con diarios o grabaciones de radio de otras épocas, para que vean la evolución del lenguaje. También la problemática de los prejuicios lingüísticos, que subyacen a veces las elecciones curriculares o la preparación y selección de contenidos”. “Y hay un tipo de discurso muy importante, rico en recursos y motivador para los alumnos, que es el discurso publicitario”, agrega.
Dentro de la práctica discursiva de la prensa, ilustra, “hay toda una línea de sociolingüística que señala que el discurso de los noticieros es un parámetro de lo que es la variedad estándar formal. Desde el punto de vista de los periodistas, muchas veces se usan fórmulas de acercamiento a la audiencia, y se juega con lo formal y lo informal, con los dos estilos pero en la búsqueda de acercamiento”. “La clave es la intención comunicativa del periodista y el efecto que produce frente a la audiencia”, concluye.
Fuente: infouniversidades.siu.edu.ar Imagen: Archivo de imágenes.
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